Y pensar que todo pasó con la rapidez con la que se disecciona el tiempo. No es que guardáramos las fuerzas para resistir las piedras que lanzábamos contra nuestro propio tejado, pero podríamos habernos guardado las últimas palabras para un invierno más hostil. No se me ocurrieron razones con las que enfrentarme a ellos. Les dije que no quería hablar de lo que pasó. Puede que tus preciosos tobillos nunca más choquen con los míos, a si que me despido con la desilusión de un cínico que cree que nunca ha llegado a intentarlo.
Ahora todo es angostamente cálido y me desespera lo lentos que pasan los segundos ahora que la nada se ha apoderado de mi agenda, mi calendario, mi biografía.... Te extrañaría si hubieses huido tú antes que yo... quiero decir que entiendo que lanzaras mis LPs por la ventana. Se volvieron pájaros antes de tocar el suelo. Pájaros que ya no anidarían en la balaustrada de tu edificio. La tasa de desempleo en el sector de la apicola, dicen, ha crecido desde que decidiste eliminar toda la dulzura de tu vida. No puedo evitar pensar que yo soy medio-responsable. No te olvides de Tomás.
Al final somos lo que el viento nos trajo aquella madrugada, hojas secas, partidas en mil pedazos. Mire donde mire, te veo convertida en metáfora. Ahora cuando leo, me sorprendo, pues ya no imagino tu cara cuando en la novela aparece "Mónica", "Teresa", "Cristina"... ahora hay otras "Mónicas", "Teresas", "Cristinas"..., pero eso si, sus historias siempre tienen que ser casi igual de sangrantes.
Las plantas se secaron, por fin. Pude deshacerme de ellas. Cuando veo ahora la terraza despejada no escucho al vecino del oboe, quizá haya comprendido ya que el mundo no le escucha, como vaticinamos. Seguramente el instrumento sufriera un bello final el pasado veintitrés, quemado junto al mar. El sonido de crepitar de las llamas, fue su última sinfonía.
Unos se queman y otros nos ahogamos, qué cosas ¿eh?
No te voy a mandar esta carta.