La tristeza despuntaba en sus iris como el sol al alba en un mes de invierno, remota pero latente.
La habitación era el típico tugurio de una comisaría: pequeñas ventanitas, unas junto a otras, daban al pasillo estrecho y mugriento por el que había llegado; viejas estanterías repletas de ficheros, códigos penales.... Pequeños jarrones y demás estúpidos objetos decorativos parecían querer dar un aire más humano al lugar. Inútil intento.
Las paredes necesitaban una urgente mano de pintura, se veían incluso si no te fijabas sucesivas capas marrones cuarteadas como tierra en época de sequía. Pequeños marcos con fotografías se erigían en las paredes orgullosos. En ellas se veían al agente estrechando la mano de esta o aquella autoridad no tan conocida como él sospechaba al colgar esas fotos. Era casi bochornosa la caricatura que él mismo se hacía con aquella exhibición.
Pero sin duda lo peor era la silla en la que estaba sentado Nino. Una silla de madera incomodísima que le hacía a uno preguntarse: "¿qué no estaría yo más cómodo en el suelo?". Fuese o no así, la decisión no la tenía él. En fin. Suspiró, se aclaró la voz y empezó:
-Para comenzar a hablar de la pasada noche debo remontarme aproximadamente cinco meses atrás cuando conocí a Gerard, El noctambulista.
-Espere. ¿noctambulista ha dicho?
-Sí, era noctambulo y una amiga de ambos, una vez, le dedicó una poesía donde le llamaba noctambulista en lugar de noctámbulo para que encajara en la rima de un verso anterior. A Gerard le encantó la poesía y desde ese momento se puso ese adjetivo de sobrenombre.
-Ajá... Una conmovedora historia.- Dijo desinteresadamente mientras llenaba otra copa. -Continúe... Se le notaba claramente cansado. ¿Por qué querría escucharle? Está claro que a sus ojos tan sólo era un alborotador. Para él la gente de su profesión no era más que ratas holgazanas que no sabían como ganarse el sustento. Entonces ¿por qué este interés? ¿Qué querría escuchar? Habría bastado con que leyera el reporte y Nino hiciera algún gesto afirmativo después de su lectura para devolverle al calabozo y que al cabo de unos días tuviera un breve juicio, probablemente ni digno de tal nombre.
Pero no, ahí estaba, con ese esperpento humano frente a él que le miraba de vez en cuando, ojeaba el archivo de vez en cuando, miraba sus idolatradas fotografías de vez en cuando y bebía de su sucio vaso. Esto último era lo que hacía con más frecuencia.
Nino por contra, tenía frío y estaba muy incómodo ¡lo que hubiera dado por levantarse! Pero aquel hombre quería una historia, tal vez sólo quisiera holgazanear y le bastaba escuchar una historia el resto de la jornada.
-A las ocho de la tarde salí del teatro. Había quedado con encontrarme con Marie en la puerta del café "La luz". Se me hacía tarde, así que llamé desde una cabina al café para que la avisaran de mi retraso. Vamos mucho por ahí el dueño ya nos conoce.
Creo que llegué cuando pasaban quince minutos de la hora acordada. Ella me golpeó en el hombro cuando me acerque sin el más mínimo indicio de disculpa. Es una mujer bastante violenta ¿sabe?
-¿Y que pintaba Gerard en esta noche?
-Ahora llego. El caso es que el plan era el mismo de siempre, beber unas copas mientras charlábamos de cualquier cosa, luego cenar algún bocadillo en la rambla, en alguna terraza. Venía Elisa, casi siempre cenaba pasadas las nueve, nosotros la esperábamos fumando uno o dos cigarrillos. Después nos acercábamos a la casa de Toni y le recogíamos para ir al salón de espectáculos la cigarra, que en realidad es más bien un escenario donde un montón de fracasados intentos de artistas van a hacer el ridículo. De vez en cuando sale algún que otro genio, pero su amor propio no les permite pasearse por un antro así muchas noches seguidas. Nosotros vamos porque allí toca Estela. Es la pianista de la cigarra, toca música ligera durante la tarde y por la noche toca para cantantes novatas que precisan acompañamiento musical.
-No me está quedado del todo claro, ¿esto sucedió anoche o nos hemos remontado cinco meses atrás?
-En enero creo, mediados de enero, hace unos... cinco meses, sí.
-Ajá.... Hizo un ademán con la mano para que continuara pero parecía fijar más su mirada en el oscuro contenido de su vaso, su tercera copa, tal vez la cuarta. No llevaba la cuenta.
-Bueno pues aquella noche ocurrió una de esas cosas que en la cigarra sólo pasan una vez de cada mil. Salió al escenario una artista sin recursos de cabaret. Sin duda aquello era atrevido si considerábamos su publico, compuesto mayormente por hombres con una bragueta sin escrúpulos. Pero nosotros no éramos esa clase de personas que se sentaban a mirar como fornidos hombres elevaban los esbeltos y nada pudorosos cuerpos de aquellas mujeres, proyectos de artista. Por Dios, esas mujeres que se ofendían y sentían el mayor de los bochornos cuando alguien corriente se acercaba para hablar con ellas acabada su actuación. Mirando al resto por encima del hombro... y que incluso se indignaban ante la idea de que La Cigarra no cobrara entrada pese a su actuación. Siempre he detestado a la gente se da aires de grandeza y aun más cuando ésta ni siquiera se tiene.
Nosotros íbamos allí por Estela, porque su alcohol no nos vaciaba los bolsillos y porque nos reíamos un rato si alguna actuación salía de forma desastrosa.
Bueno a lo que iba. Aquella noche apareció en escena una muchacha joven, veinte años tenía. Estaba radiante esa noche. Vestida de blanco con volantes que rodeaban sus piernas hasta el término de la rodilla, unos mocasines de hombre también blancos; al menos todo lo blancos que ella pudo esmerarse en darles ese color. Bueno pues esta joven, Agatha, cantó una canción con el acompañamiento de Estela.
¡Que canción! Cinco minutos que nos supieron a gloria, jamás había oído una voz como la suya, suave y tierna pero a la vez con una gran melancolía y angustia contenidas. Fue un auténtico espectáculo. Al acabar la gente se sentía confusa, no era aquello que querían ver o escuchar pero hasta para sus mentes primarias les resultó evidente que aquello había sido extraordinario. Ninguno aplaudió, salvo los integrantes de mi grupo, quienes, con los ojos embotados en lágrimas no hacíamos más que aplaudir y gritar: ¡bravo! ¡Sí señor! y demás gritos de una satisfacción que apenas podían contener nuestros pechos.
-No me está quedado del todo claro, ¿esto sucedió anoche o nos hemos remontado cinco meses atrás?
-En enero creo, mediados de enero, hace unos... cinco meses, sí.
-Ajá.... Hizo un ademán con la mano para que continuara pero parecía fijar más su mirada en el oscuro contenido de su vaso, su tercera copa, tal vez la cuarta. No llevaba la cuenta.
-Bueno pues aquella noche ocurrió una de esas cosas que en la cigarra sólo pasan una vez de cada mil. Salió al escenario una artista sin recursos de cabaret. Sin duda aquello era atrevido si considerábamos su publico, compuesto mayormente por hombres con una bragueta sin escrúpulos. Pero nosotros no éramos esa clase de personas que se sentaban a mirar como fornidos hombres elevaban los esbeltos y nada pudorosos cuerpos de aquellas mujeres, proyectos de artista. Por Dios, esas mujeres que se ofendían y sentían el mayor de los bochornos cuando alguien corriente se acercaba para hablar con ellas acabada su actuación. Mirando al resto por encima del hombro... y que incluso se indignaban ante la idea de que La Cigarra no cobrara entrada pese a su actuación. Siempre he detestado a la gente se da aires de grandeza y aun más cuando ésta ni siquiera se tiene.
Nosotros íbamos allí por Estela, porque su alcohol no nos vaciaba los bolsillos y porque nos reíamos un rato si alguna actuación salía de forma desastrosa.
Bueno a lo que iba. Aquella noche apareció en escena una muchacha joven, veinte años tenía. Estaba radiante esa noche. Vestida de blanco con volantes que rodeaban sus piernas hasta el término de la rodilla, unos mocasines de hombre también blancos; al menos todo lo blancos que ella pudo esmerarse en darles ese color. Bueno pues esta joven, Agatha, cantó una canción con el acompañamiento de Estela.
¡Que canción! Cinco minutos que nos supieron a gloria, jamás había oído una voz como la suya, suave y tierna pero a la vez con una gran melancolía y angustia contenidas. Fue un auténtico espectáculo. Al acabar la gente se sentía confusa, no era aquello que querían ver o escuchar pero hasta para sus mentes primarias les resultó evidente que aquello había sido extraordinario. Ninguno aplaudió, salvo los integrantes de mi grupo, quienes, con los ojos embotados en lágrimas no hacíamos más que aplaudir y gritar: ¡bravo! ¡Sí señor! y demás gritos de una satisfacción que apenas podían contener nuestros pechos.
Acabada esa función Estela terminó la jornada aquella noche y se unió a nosotros poco después, acompañada por nuestra idolatrada Agatha y de su amigo Gerard, el noctambulista.
Continuará...