La eterna agonía de un porqué sin respuesta...
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miércoles, 28 de mayo de 2014

Enfermedad.

Esta entrada tiene dos relatos anteriores llamados Precipitación, y Amabilidad; todos ellos forman parte del Present 4 (abajo de la entrada está el link para ver las dos entradas anteriores) para comenzar a leer la historia sería conveniente empezar por el principio.



Aquella madrugada me desperté bañado en un sudor gélido que me sobrecogía todos los huesos. Había tenido una pesadilla horrible. No se me quitaba de la cabeza. Sentí mi cráneo muy pesado cuando traté de incorporarme. Miré mi teléfono móvil que me hacia las veces de reloj despertador. Las seis y treinta y seis minutos de la mañana. Cerré los ojos y me vi a mí mismo en mitad de mi pesadilla, buscando desesperadamente a Felicia por el jardín, con Tear cerrándome el paso pidiéndome audiencia: "quiero hablar contigo" "si te interesa ven a la azotea la próxima hora" "esas fotos... las tomé yo mismo" esas frases se repetían en mi cabeza como flashes con un sentido oculto y peligroso, una y otra y otra vez él aparecía con una de esas frases a mi encuentro. Entonces me encontraba con la señorita Comte y con una dulce sonrisa me decía "lo he conseguido..." con el tono siniestro que habia usado Tear, yo corría y corría, olvidaba a Felicia y solo podia sentir unos pinchazos en el apéndice que acabaron por despertarme. Al abrir de nuevo los ojos, la cama seguía empapada en frío, opté por despegarme de ella. Caí más que salí y me senté en el suelo, espalda contra somier y cabeza sobre sábana arrugada. Mi cráneo seguía pesando y mi cara se tambaleaba exhausta de un hombro a otro. No sentia los pinchazos del sueño sólo un tremendo malestar general que casi me cerraba los ojos. Mis ojos escrutaron mi escritorio, mi estanteria y de allí, la puerta cobriza de mi cuarto y el paraguas... tendido en el suelo... "Lo he conseguido" repitió mi cabeza. Me levanté con súbito intentando apartar aquellos pensamientos, como si fuesen el origen indiscutoble de aquel estado de malestar. Con el brusco movimiento sangre en mi cabeza bajó hasta mis pies y mis ojos vieron el negro por un momento. Puse mis manos en el aire para no perder el equilibrio. Mis piernas temblaban bajo mi tronco. Avancé a tientas hasta el baño, apoye mis manos en el lavabo y respiré. Fuerte y con la boca, a grandes bocanadas, sentí que era la primera vez aquella mañana que respiraba. Abrí el grifo puse el cuenco de mis manos debajo del chorro y me lo tiré a la cara. Otra vez, luego una tercera. Mis ojos ya veían y mi boca, antes masticante de mucosa, había recuperado una leve humedad agradable. Pero mi cabeza seguía pesando. Me senté en la taza del váter cuando mis tripas se unieron con la percusion de los pinchazos anteriores al concierto de mi malestar matutino. No conseguí despegarme de allí hasta media hora después, sin sentirme mejor y con la horrible sensación de que aun no había acabado. Alcancé un termómetro de un cajón del lavabo y me lo puse bajo mi brazo después de quitarme la camiseta del pijama y secarme el sudor. "Treinta y seis con seis" marcó tras unos minutos. Era la segunda vez que veía esas cifras aquella mañana, y ninguna de las veces me había gustado. Si hubiera tenido fiebre no habría tenido que ir a clase, pero no tenía forma de justificar mi malestar. Probablemente no acudiría una enfermera hasta las once y, si para entonces había recuperado el color de mi cara y mis tripas se habían recompuesto, me castigarían por trolero y por la falta de asistencia. Era un chico poco problemático, de verdad que no me gustaba meterme el líos, no recordaba cual fue la última vez que mis padres tuvieron motivos para preocuparse de mí. Cogí una pastilla de una caja de cartón tras el espejó, me la tragué con agua del grifo, me quité el pantalón que se me pegaba como una segunda piel al cuerpo me metí bajo la ducha. Agua caliente, muy caliente, golpeaba mi espalda. Puse mi pelo corto bajo el agua, mucho tiempo; luego mi cara. Permanecí así otro buen rato.

Poco a poco me fui encontrando mejor, mi cráneo recupero su peso aunque no dejaba de bailarme la vista. Entre la puerta entreabierta del baño alcancé a ver mi ordenador portátil recordé el libro de ilustraciones, esta vez sin que me remitiera a mi siniestro sueño, me pregunté si quizá estaba a la venta, si podía conseguir algún ejemplar... decidí investigarlo después de clase, a las cinco. Esperaba encontrarme algo mejor conforme fuera pasando el día. Mis tripas seguían revueltas, y el sueño se apoderaba de mí.

Volví al cuarto con ayuda de mi sentido del deber y abrí el armario. Cogí una camisa limpia y fresca. La aireé por la ventana y me la puse. Siete botones desde el cuello. A continuación ropa interior. Blanca, lisa, bien planchada, doblada y guardada en un cajón. Pantalones grises con la camisa por dentro, con precaución de que no se arrugara en la cintura. Corbata azul oscura bien ceñida y Jersey de pico de algodón del mismo color con el logo de la institución en un lado del pecho. Calcetines azul marino bajo zapatos con cordones. Permitían los zapatos sin cordones, muchos los llevaban por ahorrarse el esfuerzo, pero yo los prefería así. Atarlos me relajaba siempre. Cuando me arrodillaba para hacer el nudo era como hacer una promesa para afrontar el nuevo día, al igual que un caballero jura lealtad a su rey. Mi padre siempre me decía que los hombres no eludían sus responsabilidades, que cargaban con el peso del mundo con el fin de hacérselo más ligero a los otros, los cordones eran como uno de los deberes que el hombre puede eludir, y yo prefería no hacerlo, una vida sin trabajo esfuerzo y sacrificio es una vida supérflua e indeseable. Así me habían educado.
Mi madre siempre me decía que sabía hacer a la perfección un nudo de zapatos antes incluso de aprender a andar. Exageraba, pero lo cierto es que ni en mis recuerdos más infantiles era capaz de recordar a alguien ayudándome a atarlos. Mientras me ataba el cordón un rayo de luz que se colaba por la puerta del baño me cegó el ojo izquierdo. Cerré los ojos. De pronto me vino un flash a la mente: cuando volví a abrirlos era un día de verano, de hacía mucho tiempo. Yo apenas sabía pronunciar mi nombre con fluidez, estaba sentado en un escalón que conducía a la terraza de la casa donde pasaba con mi familia los meses de verano. Mis zapatos estaban atados pero hacia calor y me los quería quitar. Mi padre estaba frente a mí, arrodillado. Sonreía. El llevaba las mismas bermudas que yo, cada uno en su respectiva talla. Yo le miraba con lágrimas en los ojos. No recuerdo porque lloraba. Él probablemente trataba de consolarme. Recuerdo su pelo rubio canoso con una barba muy bien recortada. El pelo siempre lo llevaba engominado hacia detrás, siempre le podía ver la cara, y su cara siempre sonreía. Lo echaba de menos.

Abrí los ojos y vi el paraguas... Tendido en el suelo, inherte... Acto seguido, con una arcada y punzante dolor craneal, vomité hasta mi primera papilla. Era toda prueba que necesitaba de mi enfermedad. Me mandaron a mi casa temerosos de que un virus se estuviera propagando por la academia. Al parecer, había otros casos como el mío, pero solo en la sección femenina. Se especulaba algo sobre una máquina de café....




Llegué a las tres del mediodía sin haber comido. Con escalofríos y un abrigo haciéndome sudar desde el cuello hasta las pantorrillas. Viajé en el coche negro de mi familia, grande y espacioso, muy elegante y robusto. Casi a juego con nuestro apellido. Robert once años mayor que yo trabajaba como chófer de mi madre.
Intentó conversar pero pronto desistió, siempre era muy jovial y alegre, muchas veces impertinente, esta vez respetó el silencio que, de forma muda, pedía mi estado. Los ricos sentimos una extraña debilidad por la sobriedad y la corrección pero los pobres en cambio... ¿Qué les importan las formas a los pobres?
Me preguntó un par de veces durante el trayecto si me encontraba bien o si quería que fuera más despacio. Yo me limitaba todo el tiempo a negar con la cabeza. A mi madre le gustaba su alegría de los días comunes y corrientes, siempre pensé que ella hubiese sido más feliz naciendo pobre. Su comunión con la responsabilidad y el deber siempre me pareció en ella una fachada demasiado desmaquillada. Salió a recibirme a la puerta del gran edificio. Me besó la frente tres veces. y me hundió en un fuerte abrazo.
-Menos mal que has caído enfermo, no te veía desde hacia un mes y medio, me iba a volver loca, si no te tenía otra vez de vuelta pronto. -Bromeó-
Yo me encontraba demasiado mal como para resistirme a sus muestras tan efusivas de afecto, me resultaban embarazosas y más aun en público. Llevaba puestos unos zapatos con poco tacón -ya era suficientemente alta de todos modos- y un vestido monocromo azul poco ostentoso sin mangas que bajaba desde el cuello hasta las rodillas. Sobre sus hombros se había dejado caer un abrigo veis tostado con plumones que rodeaban el cuello pero que, al llevarlo abierto sólo cubrian los hombros. El vestíbulo de la entrada del edificio era grande y hasta con calefacción hacia frío. El aspecto de mi madre seguía como siempre. Castaña caoba, de facciones marcadas, la notaba quizá más delgada, tenía un horrible régimen alimenticio de comer porquerias precocinadas cuando no comia en casa, que era casi siempre. No era demasiado mayor, aun menstruaba y seguiría haciéndolo al menos una década más. Parecia algo fatigada de la monotonia que era su vida. Quizá le faltara volver a tener un bebé. Quizá yo pensaba demasiado... Su figura aun era robusta, sus vientre plano y sus pechos firmes. Siempre tuvo una figura esbelta. Me sonreía mientras me acompañaba hacia el ascensor cogiéndome del hombro. En aquel momento, de camino al ascensor me pregunté y no comprendí porque no había vuelto a casarse.

El edificio era muy grande y circular, con grandes ventanales. En cada nivel había tres hogares (o simplemente casas según la familia un espacio así merecia un nombrebu otro), menos en el último, el onceavo piso, en el once se unían las tres casas para albergar a una sola familia, la mía. Mi casa no sabía si merecía ese título o el de hogar, qué más daba, aunque casi nadie pasase tiempo en aquel alto ático, mi familia se amaba desde sus respectivos lugares de descanso. La casa tenía el techo muy alto así como las puertas y los muebles. Cuando llegué me parecieron más pequeños que la última vez, siempre me parecían más pequeños. Llegué a la cocina y Rebeca, la niñera me hizo algo de comer, algo ligero, olvidé que había sido tres días después, no fue una comida que cambiara mi vida. A Rebeca la seguíamos llamando niñera aunque hacia años que había dejado de necesitar una. Criada suena muy políticamente incorrecto en este mundo desarrollado aunque en el fondo era algo así. Soltera y con sus padres fallecidos, la nuestra era su única familia. Los domingos visitaba a su hermana y sus sobrinos. No sé exactamente que relación era la que tenía con ellos. Supongo que en el fondo a ella le habría gustado tener también su propia familia, supongo que quizá ella necesitara un hijo más que mi madre... quizá volvía a pensar demasiado.
Después de comer fui a mi cuarto. Todo era tan frío y lejano, mi mesa, mi cama, había estado allí miles de veces, pasé mi infancia en aquella habitación pero hacía tanto tiempo que no permanecía allí. Debería sentirme en el centro de mi hogar, sin embargo no era así. Era un cuarto vacío, demasiado bien ordenado en realidad; frío y oscuro, aun no había encendido la luz, la poca iluminación venía de un sol opaco tras grandes nubarrones que atravesaba el ventanal, un ventanal alto y ancho, como todo mi cuarto, como toda mi casa. Lo peor era el frío, la soledad que se respiraba. Me tumbé en la cama. Fría, la sengunda cama fría donde yacía hoy, pero ésta era fría de otra forma. Saqué una manta de un cajón y me la tiré por encima para no deshacerla. Yo y mi cuarto parecíamos un matrimonio infeliz cuyos amantes tras años de falta de comunicación han acabado olvidandose y volviendose extraños entre sí.
Saqué mi teléfono móvil y entre en mi correo electrónico, busqué el mensaje de Tear que me envió hacia algo más de un mes. Me dormí con la vista fija en una de las fotos de Anna. La temperatura de la cama y todo lo demás dejó de importarme.

domingo, 6 de abril de 2014

Amabilidad

Esta entrada tiene un relato anterior llamado Precipitación, y juntos forman parte del Present 4 (abajo de la entrada está el link para ver las dos entradas) para comenzar a leer la historia sería conveniente empezar por el principio.


Los días se sucedían con cotidianidad. Tear seguía queriendo hablar, lo sabía porque fingía tropezarse conmigo en los pasillos pese a que la disposición de sus salones de clase no lo exigían. A veces me saludaba y yo le devolvía el saludo sin detenerme. En una ocasión me recordó que seguía queriendo mantener una conversación. Lo ignoré. Ya se le pasaría, no iba a chantajearme ni nada parecido, no era un mal tipo, sólo algo torpe.

Como digo, los días pasaban, aquella primavera se estaba volviendo muy lluviosa. Era fría y húmeda. Las hojas de los álamos de detrás de la escuela habían crecido en todo el jardín y el paisaje era verdaderamente hermoso. Me gustaba ir allí después de las clases a escuchar música pero aquel mes de lluvias intensas encharcó toda la tierra y no era agradable pasear con botas de lluvia y paraguas, deseaba que acabara el mal tiempo y volver a observar mis jardines. Iba muy poca gente, casi todos eran alumnos en sus últimos años que habían pasado mucho tiempo en sus habitaciones, que apenas conocían el colegio y que, conscientes de su cercana marcha, parecían querer recuperar el tiempo "perdido" disfrutando de cada recinto escolar. Mejor tarde que nunca, dicen....

Una tarde fui al jardín, no había nadie por el mal tiempo. Yo no habría ido de no haber sido miércoles y de no haber llovido. Llevaba una caja de cartón en las manos y dentro una almohada limpia. Caminé durante cinco minutos por los caminos marcados con setos, las hojas estaban aun muy frescas y poco crecidas, las irregulares ramas crecían puntiagudas en sus finales y el musgo crecía por todas ellas dirección norte. Finalmente salté uno de los setos y me colé dentro de una zona con césped. Cogí de debajo del matorral una caja y una bolsa de plástico que la cubría, llena de agua de la lluvia reciente. Sacudí el agua de la bolas y la puse sobre la caja nueva, puse el conjunto donde había estado anteriormente y comprobé el estado de la caja vieja. Estaba bastante mojada pese a la bolsa, pero no había calado demasiado. Felicia no habría dormido mojada si había dormido ahí. Podía haberse refugiado en el interior del tronco de algún algarrobo o bajo el contenedor junto al cobertizo. Era una gata con recursos.

Ya debía de tener cierta edad y estaba demasiado bien alimentada, me preocupaba la idea de que quizás estuviese embarazada. Las gatas también comen más cuando están embarazadas ¿no? supuse que sí.

Una voz me llamó a mi espalda. "Buenos días" respondí al jardinero. Tenía una relación cordial con él, un hombre amable y trabajador, creo que no tenía familia, me habría sorprendido de enterarme que la tuviera, era un buen hombre pero tenía ese aire de soledad melancólica de quien no tiene a penas asuntos de los que preocuparse y una familia suele dar bastantes. Decía él que yo era de los alumnos que más tiempo pasaba allí. Tenía verdadera curiosidad por saber quien pasaba aun más tiempo que yo. El jardín era muy grande y abarcaba desde la escuela masculina, a la femenina, las residencias y los pabellones deportivos. Lo suficientemente grande para que otras personas acudieran allí tan a menudo como yo y no tuviésemos porqué habernos visto nunca. La lluvia había parado poco después de llegar con el paraguas, y, después de que el jardinero -no sabía su nombre-, se ofreciera amablemente a desechar la caja vieja él mismo, decidí dar un paseo más allá de la zona que frecuentaba usualmente, quizá buscando de forma inconsciente a aquella persona que como a mi no le importaba invertir su tiempo entre los árboles. Lo cierto es que me distraje y tras perder la noción del tiempo pasé a perderla del espacio. Nunca me había pasado, aquel día fui mucho más lejos que de costumbre. Aun no era muy tarde, veía gente paseando, podía preguntar a cualquier persona que pasara, pero lo cierto es que no me apetecía demasiado entablar conversación con nadie. La lluvia me volvía algo apático y también me daba algo de vergüenza. Todos los que alcanzaba a ver parecían mayores. Y a los jóvenes de catorce años alguien con cuatro años más le impone respeto. Seguí andando en busca de alguna referencia conocida.

Comenzó a llover de nuevo con mucha intensidad. El viento zarandeaba fuertemente las copas de los árboles, las hojas volaban violentamente. El camino de gravilla que había en el principio de los caminos del parque se había acabado y a mis pies todo eran charcos en tierra húmeda. Los setos que señalaban senderos cada vez se volvían menos frecuentes a medida que caminaba, hasta que a penas era discernible distinguir la zona de paso y la verde, El fuerte viento descendió y llegó hasta las ramas más bajas de los arboles, mi paraguas se sacudía con cada ráfaga. Una de las varillas metálicas del paraguas se rompió, el paraguas no era ninguna pasada de bueno. Vi a un par de gatos ocultos bajo una papelera y recordé a Felicia. "Maldita sea", pensé, "hasta los gatos tienen más recursos que yo". Corrí bajo un árbol decidido a esperar hasta que pasara la tormenta. Si mi móvil hubiera cogido conexión a internet podría encontrar el camino para llegar a los dormitorios. Quizá si me subía a un árbol lo conseguiría pero con el viento, la lluvia y el frío deseché la idea, un paraguas me cubrió entonces por detrás, me giré.

Era una chica alta, vestía como una alumna viste en su tiempo libre, de caderas anchas para su complexión más bien delgada, y algo paliducha, su pelo corto caía a mechones por su frente. Tenía unos ojos muy grandes y una boca coherente a estos, dos pendientes en cada oreja, eso me sorprendió porque según las normas del colegio aquello no estaba permitido, era motivo de castigo incluso de una expulsión temporal. Pero le quedaban muy bien, parecía mayor y madura, tan solo tenía dos años más que yo pero parecía que nos lleváramos diez por lo menos. "Estas empapado" dijo. "Cogerás un resfriado si te quedas mucho más tiempo". "No recuerdo el camino de vuelta" dije con un hilo de voz. Ella rió muy fuerte con su boca grande, tenía los dientes también grandes, muy limpios también. "Vamos ya te indico el camino".

Caminamos por caminos encharcados durante al menos media hora que se me pasó eterna, entre conversaciones de poca injundia y silencios incómodos. Descubrí que se llamaba Cornelia, su edad y que era ella una de las que, como a mí, le gustaba pasear por los jardines. Parecía muy contenta por alguna razón, ilusionada, anormalmente alegre. Sus ojos tenían ese brillo que delataba que algo bueno le había sucedido recientemente. Llegamos a los dormitorios femeninos y antes de que me pudiera despedir me ofreció pasar con ella hasta que pasara la lluvia. Después de los pendientes estaba dispuesta a cometer otra infracción. Era una chica rebelde. Había muchas así. "Vamos, subiremos por la escalera de incendios, nadie las usa y mi cuarto queda muy cerca de ella, podrás secarte un poco el pelo al menos" Acabé accediendo auque sabía que no estaba permitido. Si alguien me descubría sólo habría que explicarle la situación ¿No?. Aquello no era una cárcel, ni yo un delincuente después de todo ¿No? ¡Maldita sea ni que yo hubiese querido mojarme!

El cuarto era más o menos como me lo imaginaba, libros sobre la mesa, sábanas blancas perfectamente estiradas sobre la cama, nada fuera de lugar y cuidado al detalle. Era tan perfecta que hasta daba miedo, pensé que quizá estaba esperando a alguien. Ella sacó una camiseta blanca de un cajón del armario y luego una toalla del baño propio que todos los dormitorios tenian adherido. "Voy a la esquina a la máquina de café. ¿quieres uno?" desde luego era la perfecta anfitriona también. Asentí con la cabeza y se fue. Eso de dejar a un chico solo en su cuarto, considerando que me acababa de conocer, no dejó de resultarme raro. Quizá le parecí demasiado tímido como para cometer ninguna mala acción. Quizá todas las personas que había conocido hasta el momento habían sido demasiado buenas con ella... Empece a abrir cajones, no porque buscara algo, era solo entretenimiento. Sabía que no encontraría nada interesante. Blocs de dibujo, estuches.... Parecía que le gustaba dibujar. Seguía secándome la cabeza con la toalla. ...Cartas antiguas de familiares, fotos... fotos... más fotos... en apenas unos segundos pude ver casi toda la progresión de Cornelia desde niña hasta aquel momento. A destacar: se había hecho la segunda perforación de las orejas al mismo tiempo que había cambiado de un peinado tradicional largo al pelo corto que llevaba ahora. No hacía mucho de eso, a penas tenía fotos con esta nueva imagen. Fisgué también un poco en una pequeña estantería llena de cuentos tradicionales, todos con ilustraciones. De entre ellos uno me llamó la atención especialmente, por su autora, Cornelia Comte. Estaba muy bien cuidado, la encuadernación era muy buena, muy suave el lomo, me fijé en una marca que tenía la portada: un arabesco de líneas de aspecto gótico. Lo abrí buscando alguna imagen de la autora, creí que podía tratarse de ella misma, no vi nada, ni foto ni información referente a ella, tan sólo tenía escrita información editorial en las últimas páginas. El libro había sido impreso el mes pasado. Sentí curiosidad. En su interior sólo había imágenes, fotografías y dibujos, nada de texto, tan solo una palabra en la página cinco: "Bienvenido". Lo dejé. Abrí el que decidí que sería el último cajón que abriera, no quería que me sorprendiera fisgoneando. Encontre un pequeño cuaderno. Tenía dos solapas de metal dispuestas para cerrarse con un candado pero no había tal candado. Cuando lo abrí, vi que cada inicio de página correspondía con una fecha. Era su diario. Todos los días había un texto más o menos extenso con buena caligrafía de bolígrafo azul y acompañado de un pequeño dibujo floral. Fui a las últimas páginas y el contenido comenzó a cambiar y los días empezaron a distanciarse a medida que avanzaba, de repente sólo eran dibujos... un retrato suyo con el pelo muy corto, otro de su oreja con los dos pendientes... cerca del final había dos páginas dedicadas únicamente a dibujos muy realistas de falos masculinos erectos algunos de ellos estaban acompañados con lenguas, igual de realistas deslizandose por ellos. El realismo de sus últimos dibujos era sobrecogedor. La última página era de la semana anterior, únicamente constaba de la marca que había visto en la contraportada del libro de ilustraciones y un "Lo he conseguido" en tinta negra. Era lo único en aquel cuaderno trazado con ese color. Aquel diario era escalofriante de verdad, o tal vez fuera el tiempo tan abyecto de ese día lo que provocaba esa sensación. Guardé el cuaderno rapidamente y cerré el cajón. Poco después llego ella con los dos cafés calientes. Nos los bebimos juntos, ella en la silla de su escritorio y yo sentado en su cama. El calor me vino genial al cuerpo. Le di las gracias por todo y nos despedimos con dos besos en la puerta, ella me dejó su paraguas porque seguia lloviendo. Desde allí sabía llegar a las habitaciones másculinas. Le había dado mi número de teléfono por si no nos volvíamos a encontrar los proximos días en el jardín y no le podía devolver el paraguas. Resuelto todo asunto, volví a mi habitación.

Aquel año no compartía cuarto con nadie dejé los paraguas en una esquina me quité la ropa mojada y me fui a la ducha, me puse el pijama y caí en la cuenta de que no había cenado todavía. Volví a ponerme un pantalon y una camisa y me preparé para bajar al comedor. Aun no llegaba el reloj a las nueve pero por algún motivo aquella tarde me había parecido muy larga. Después de la cena volví a ponerme el pijama definitivamente. Y, agotado, en mi cama, un pensamiento me rondaban la cabeza, Cornelia Comte, autora de un libro de ilustraciones editado el mes pasado en la habitación de una chica con la que compartía nombre. Entonces, caí en la cuenta. Me levanté de la cama de un salto iluminado, fui corriendo al paraguas, y en el mango, bajo una tira de celo transparente, un papel blaco con un nombre el letras azules: Cornelia Comte.

Me eché sobre la cama con un suspiro en los labios, me sentía satisfecho de haber resuelto aquella cuestión. Los dibujos que había en su diario habian sido hechos con lapicero y los del libro eran pinturas al óleo y acuarelas. Además los dibujos de aquel libro eran bastante siniestros, me recordaron a la última pagina del diario. Aquel símbolo que pensé que era copiado del libro ahora veía que eran ambos invención de una misma persona y ese "Lo he conseguido"... La amabilidad y alegría que me había mostrado aquella se volvió muy siniestra. La lluvia no cesaba de caer. Se la oía chocar contra el cristal de mi baño. Cerré los ojos. Traté de olvidar el libro y la última página del diario. Metí la mano dentro del pantalón del pijama y pensé en mi pene siendo lamido por la lengua de Cornelia Comte, penetrando la cadera ancha de Cornelia Comte....

Su paraguas goteaba el suelo de mi habitación.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Precipitación.

El cuarto día del cuarto mes del curso Tear se acercó a hablar conmigo por el pasillo. Era un chico bastante bajo con el pelo alborotado, parecía un niño pese a que ya tuviera catorce años. Siempre habíamos ido a la misma clase desde que entró en el colegio cuando tenía once. Era muy tímido y apenas tenía amigos, si hubiese tenido que señalar quien era su amigo más cercano, hubiese dicho que era yo. Pero aun así tampoco teníamos mucha relación. Habíamos compartido habitación de residencia los primeros años y creo que era uno de los chicos más normal con el que había hablado. Nuestro colegio esta lleno de gente excéntrica, hijos de grandes magnates que se pasan el día maquinando como destruir el mundo o cosas similares.

Lo cierto es que no me extrañaba lo más mínimo, en nuestra ciudad-estado sólo había un colegio entre las altas esferas. El prestigioso "formador", encargado de convertir pequeños seres con graves carencias de cariño fraternal en insensibles máquinas de dirección de las grandes compañías de la ciudad. ¿Era lo mejor para nuestro futuro? la idea que nosotros pudiéramos tener al respecto no contaba en absoluto. Aun así pocos canalizábamos nuestra energía hacia otras cosas que no fuera el gamberrismo y los que lo hacían no duraban mucho tiempo en ser expulsados con la consecuente deshonra para la familia pudiente correspondiente.
La mayoría de esta minoria, desquiciados por la perspectiva de ser dueño de fortunas indecentes y los efectos secundarios de la consumición descontrolada de ciencia ficción de forma audiovisual, enviaban su odio producto de ésta desatención fraterna, hacia fines un tanto pretenciosos como la dominación mundial o la aniquilación de la humanidad. Tonterías de la edad para los psicólogos del colegio. Profesionales cuyo trabajo para con los estudiantes podría ser perfectamente desempeñado por el más analfabeto de los percheros del colegio. ¿Quién era yo entonces? Mi nombre era Francisc, era un chico de catorce años bastante estándar: no se me daban bien las matemáticas pero destacaba en los deportes, llevaba ortodoncia poco estética, tenía el pelo muy corto, usaba una 41 de pie, me gustaban los videojuegos y como cierta parte de los estudiantes centraba mis energías en un propósito más o menos corriente: el amor adolescente. Pero sobre esto hablaré más adelante.

Así pues, como digo aquel chico sin amigos vino a hablarme al terminar el cuarto periodo. Habíamos tenido matemáticas, y restaba una hora de clase para que me fuese a comer a si que no me apetecía hablar demasiado, sólo quería que la hora siguiente pasara rápido y descansar mis merecidas tres horas antes de las clases de la tarde. Hacia frío en la calle pero las estufas de los pasillos estaban encendidas así que se podía ir con la camisa del uniforme. Tear se acercó a mi de frente con un tetrabrik de leche. Se paró delante de mí cuando nos encontramos y me dijo que quería hablar conmigo. "Claro, adelante" respondí yo. Él buscó detrás de mí -pues mi fisionomía le tapaba la visión- y a su espalda pendiente de si había alguien. Obviamente había gente por los pasillos ya que teníamos un descanso, tan sólo con usar los oídos uno se daba cuenta de que estaba rodeado de gente. "No quiero hablar aquí" dijo finalmente. Era un colegio de gente bien estúpida, ciertamente. "Bueno pues..." intentaba escabullirme pero me cortó. "Ven a la azotea la próxima hora". "¿qué dices? no voy a saltarme una clase solo porque quieres hablar. ¿Qué quieres?" me estaba poniendo nervioso.  Lo debí intimidar porque me respondió nervioso:"Nada". Colocó un papel doblado en mi mano. "Busca eso. Si no estas interesado sólo ve a esa clase".
Dentro del papel había escrito un par de instrucciones. Entrar en una página web y clicar sobre un hipervínculo y luego otro. Pensé en hacerlo una vez hubiera llegado a mi cuarto pero la clase que tenía era bastante soporífera y tenía curiosidad, a si que cogí mi tableta electrónica que usábamos en las clases para buscar lo que me había dicho Tear.

Me levanté repentinamente y el profesor detuvo su explicación extrañado.
-¿Te encuentras bien hijo? Pareciera que acabas de ver un fantasma.
-No me encuentro nada bien profesor.
-Nicolás acompaña a tu compañero a la enfermería ¿quieres?
-No es necesario, algo me ha debido de sentar mal esta mañana, necesito ir al baño. Conozco el camino. Gracias. No le dejé responder salí corriendo por la puerta mientras me tapaba la boca y cerré tras de mí.

Llegué a la azotéa. Abrí la puerta y aquel chico me miraba con una sonrisa de oreja a oreja que no podía disimular. Aunque así lo quería.

-¿Se puede saber de que va todo esto? que sea el único que te ha dirigido la palabra no te da derecho a meterte de esta manera donde no te llaman ¿Me oyes?
Volvió a asustarse. Pero trató de templar el temor. Se le notaba que quería dominar la escena, como el malo de una película donde se encuentra con el héroe y pese a que este es más fuerte, el villano no pierde la compostura. Pero no lo conseguía, no le habría encajado ese papel, quizá el del compañero torpe del héroe le habría encajado mucho más.

-Lamento que te sientas así. Mi intención al enseñarte eso era la de hacerte un regalo. Una pequeña muestra de lo que te puedo llegar a ofrecer. Se empezaba a confiar y a mi se me hinchaban las narices.

-Mira no se que es lo que pretendes pero no tengo ganas de jugar a tus jueguecitos. No quiero nada de ti sea lo que sea. Vete a marear a otro ¿Vale? Y ni se te ocurra decirle a nadie lo que sabes. ¿Me has oído? Me giré dispuesto a volver a la clase y a atender los últimos minutos antes de comer.

-Las fotos que vistes... Las tomé yo. Dijo.

Me sorprendí.

-¿Y qué?- Yo si sabía controlar mi expresión facial.

-Pensaba que estabas interesado en ella.- Se levantó del suelo en el que estaba sentado. -Como digo...

-¡No, como te he dicho métete en tus asuntos!- Y me fui.