La eterna agonía de un porqué sin respuesta...

domingo, 6 de abril de 2014

Amabilidad

Esta entrada tiene un relato anterior llamado Precipitación, y juntos forman parte del Present 4 (abajo de la entrada está el link para ver las dos entradas) para comenzar a leer la historia sería conveniente empezar por el principio.


Los días se sucedían con cotidianidad. Tear seguía queriendo hablar, lo sabía porque fingía tropezarse conmigo en los pasillos pese a que la disposición de sus salones de clase no lo exigían. A veces me saludaba y yo le devolvía el saludo sin detenerme. En una ocasión me recordó que seguía queriendo mantener una conversación. Lo ignoré. Ya se le pasaría, no iba a chantajearme ni nada parecido, no era un mal tipo, sólo algo torpe.

Como digo, los días pasaban, aquella primavera se estaba volviendo muy lluviosa. Era fría y húmeda. Las hojas de los álamos de detrás de la escuela habían crecido en todo el jardín y el paisaje era verdaderamente hermoso. Me gustaba ir allí después de las clases a escuchar música pero aquel mes de lluvias intensas encharcó toda la tierra y no era agradable pasear con botas de lluvia y paraguas, deseaba que acabara el mal tiempo y volver a observar mis jardines. Iba muy poca gente, casi todos eran alumnos en sus últimos años que habían pasado mucho tiempo en sus habitaciones, que apenas conocían el colegio y que, conscientes de su cercana marcha, parecían querer recuperar el tiempo "perdido" disfrutando de cada recinto escolar. Mejor tarde que nunca, dicen....

Una tarde fui al jardín, no había nadie por el mal tiempo. Yo no habría ido de no haber sido miércoles y de no haber llovido. Llevaba una caja de cartón en las manos y dentro una almohada limpia. Caminé durante cinco minutos por los caminos marcados con setos, las hojas estaban aun muy frescas y poco crecidas, las irregulares ramas crecían puntiagudas en sus finales y el musgo crecía por todas ellas dirección norte. Finalmente salté uno de los setos y me colé dentro de una zona con césped. Cogí de debajo del matorral una caja y una bolsa de plástico que la cubría, llena de agua de la lluvia reciente. Sacudí el agua de la bolas y la puse sobre la caja nueva, puse el conjunto donde había estado anteriormente y comprobé el estado de la caja vieja. Estaba bastante mojada pese a la bolsa, pero no había calado demasiado. Felicia no habría dormido mojada si había dormido ahí. Podía haberse refugiado en el interior del tronco de algún algarrobo o bajo el contenedor junto al cobertizo. Era una gata con recursos.

Ya debía de tener cierta edad y estaba demasiado bien alimentada, me preocupaba la idea de que quizás estuviese embarazada. Las gatas también comen más cuando están embarazadas ¿no? supuse que sí.

Una voz me llamó a mi espalda. "Buenos días" respondí al jardinero. Tenía una relación cordial con él, un hombre amable y trabajador, creo que no tenía familia, me habría sorprendido de enterarme que la tuviera, era un buen hombre pero tenía ese aire de soledad melancólica de quien no tiene a penas asuntos de los que preocuparse y una familia suele dar bastantes. Decía él que yo era de los alumnos que más tiempo pasaba allí. Tenía verdadera curiosidad por saber quien pasaba aun más tiempo que yo. El jardín era muy grande y abarcaba desde la escuela masculina, a la femenina, las residencias y los pabellones deportivos. Lo suficientemente grande para que otras personas acudieran allí tan a menudo como yo y no tuviésemos porqué habernos visto nunca. La lluvia había parado poco después de llegar con el paraguas, y, después de que el jardinero -no sabía su nombre-, se ofreciera amablemente a desechar la caja vieja él mismo, decidí dar un paseo más allá de la zona que frecuentaba usualmente, quizá buscando de forma inconsciente a aquella persona que como a mi no le importaba invertir su tiempo entre los árboles. Lo cierto es que me distraje y tras perder la noción del tiempo pasé a perderla del espacio. Nunca me había pasado, aquel día fui mucho más lejos que de costumbre. Aun no era muy tarde, veía gente paseando, podía preguntar a cualquier persona que pasara, pero lo cierto es que no me apetecía demasiado entablar conversación con nadie. La lluvia me volvía algo apático y también me daba algo de vergüenza. Todos los que alcanzaba a ver parecían mayores. Y a los jóvenes de catorce años alguien con cuatro años más le impone respeto. Seguí andando en busca de alguna referencia conocida.

Comenzó a llover de nuevo con mucha intensidad. El viento zarandeaba fuertemente las copas de los árboles, las hojas volaban violentamente. El camino de gravilla que había en el principio de los caminos del parque se había acabado y a mis pies todo eran charcos en tierra húmeda. Los setos que señalaban senderos cada vez se volvían menos frecuentes a medida que caminaba, hasta que a penas era discernible distinguir la zona de paso y la verde, El fuerte viento descendió y llegó hasta las ramas más bajas de los arboles, mi paraguas se sacudía con cada ráfaga. Una de las varillas metálicas del paraguas se rompió, el paraguas no era ninguna pasada de bueno. Vi a un par de gatos ocultos bajo una papelera y recordé a Felicia. "Maldita sea", pensé, "hasta los gatos tienen más recursos que yo". Corrí bajo un árbol decidido a esperar hasta que pasara la tormenta. Si mi móvil hubiera cogido conexión a internet podría encontrar el camino para llegar a los dormitorios. Quizá si me subía a un árbol lo conseguiría pero con el viento, la lluvia y el frío deseché la idea, un paraguas me cubrió entonces por detrás, me giré.

Era una chica alta, vestía como una alumna viste en su tiempo libre, de caderas anchas para su complexión más bien delgada, y algo paliducha, su pelo corto caía a mechones por su frente. Tenía unos ojos muy grandes y una boca coherente a estos, dos pendientes en cada oreja, eso me sorprendió porque según las normas del colegio aquello no estaba permitido, era motivo de castigo incluso de una expulsión temporal. Pero le quedaban muy bien, parecía mayor y madura, tan solo tenía dos años más que yo pero parecía que nos lleváramos diez por lo menos. "Estas empapado" dijo. "Cogerás un resfriado si te quedas mucho más tiempo". "No recuerdo el camino de vuelta" dije con un hilo de voz. Ella rió muy fuerte con su boca grande, tenía los dientes también grandes, muy limpios también. "Vamos ya te indico el camino".

Caminamos por caminos encharcados durante al menos media hora que se me pasó eterna, entre conversaciones de poca injundia y silencios incómodos. Descubrí que se llamaba Cornelia, su edad y que era ella una de las que, como a mí, le gustaba pasear por los jardines. Parecía muy contenta por alguna razón, ilusionada, anormalmente alegre. Sus ojos tenían ese brillo que delataba que algo bueno le había sucedido recientemente. Llegamos a los dormitorios femeninos y antes de que me pudiera despedir me ofreció pasar con ella hasta que pasara la lluvia. Después de los pendientes estaba dispuesta a cometer otra infracción. Era una chica rebelde. Había muchas así. "Vamos, subiremos por la escalera de incendios, nadie las usa y mi cuarto queda muy cerca de ella, podrás secarte un poco el pelo al menos" Acabé accediendo auque sabía que no estaba permitido. Si alguien me descubría sólo habría que explicarle la situación ¿No?. Aquello no era una cárcel, ni yo un delincuente después de todo ¿No? ¡Maldita sea ni que yo hubiese querido mojarme!

El cuarto era más o menos como me lo imaginaba, libros sobre la mesa, sábanas blancas perfectamente estiradas sobre la cama, nada fuera de lugar y cuidado al detalle. Era tan perfecta que hasta daba miedo, pensé que quizá estaba esperando a alguien. Ella sacó una camiseta blanca de un cajón del armario y luego una toalla del baño propio que todos los dormitorios tenian adherido. "Voy a la esquina a la máquina de café. ¿quieres uno?" desde luego era la perfecta anfitriona también. Asentí con la cabeza y se fue. Eso de dejar a un chico solo en su cuarto, considerando que me acababa de conocer, no dejó de resultarme raro. Quizá le parecí demasiado tímido como para cometer ninguna mala acción. Quizá todas las personas que había conocido hasta el momento habían sido demasiado buenas con ella... Empece a abrir cajones, no porque buscara algo, era solo entretenimiento. Sabía que no encontraría nada interesante. Blocs de dibujo, estuches.... Parecía que le gustaba dibujar. Seguía secándome la cabeza con la toalla. ...Cartas antiguas de familiares, fotos... fotos... más fotos... en apenas unos segundos pude ver casi toda la progresión de Cornelia desde niña hasta aquel momento. A destacar: se había hecho la segunda perforación de las orejas al mismo tiempo que había cambiado de un peinado tradicional largo al pelo corto que llevaba ahora. No hacía mucho de eso, a penas tenía fotos con esta nueva imagen. Fisgué también un poco en una pequeña estantería llena de cuentos tradicionales, todos con ilustraciones. De entre ellos uno me llamó la atención especialmente, por su autora, Cornelia Comte. Estaba muy bien cuidado, la encuadernación era muy buena, muy suave el lomo, me fijé en una marca que tenía la portada: un arabesco de líneas de aspecto gótico. Lo abrí buscando alguna imagen de la autora, creí que podía tratarse de ella misma, no vi nada, ni foto ni información referente a ella, tan sólo tenía escrita información editorial en las últimas páginas. El libro había sido impreso el mes pasado. Sentí curiosidad. En su interior sólo había imágenes, fotografías y dibujos, nada de texto, tan solo una palabra en la página cinco: "Bienvenido". Lo dejé. Abrí el que decidí que sería el último cajón que abriera, no quería que me sorprendiera fisgoneando. Encontre un pequeño cuaderno. Tenía dos solapas de metal dispuestas para cerrarse con un candado pero no había tal candado. Cuando lo abrí, vi que cada inicio de página correspondía con una fecha. Era su diario. Todos los días había un texto más o menos extenso con buena caligrafía de bolígrafo azul y acompañado de un pequeño dibujo floral. Fui a las últimas páginas y el contenido comenzó a cambiar y los días empezaron a distanciarse a medida que avanzaba, de repente sólo eran dibujos... un retrato suyo con el pelo muy corto, otro de su oreja con los dos pendientes... cerca del final había dos páginas dedicadas únicamente a dibujos muy realistas de falos masculinos erectos algunos de ellos estaban acompañados con lenguas, igual de realistas deslizandose por ellos. El realismo de sus últimos dibujos era sobrecogedor. La última página era de la semana anterior, únicamente constaba de la marca que había visto en la contraportada del libro de ilustraciones y un "Lo he conseguido" en tinta negra. Era lo único en aquel cuaderno trazado con ese color. Aquel diario era escalofriante de verdad, o tal vez fuera el tiempo tan abyecto de ese día lo que provocaba esa sensación. Guardé el cuaderno rapidamente y cerré el cajón. Poco después llego ella con los dos cafés calientes. Nos los bebimos juntos, ella en la silla de su escritorio y yo sentado en su cama. El calor me vino genial al cuerpo. Le di las gracias por todo y nos despedimos con dos besos en la puerta, ella me dejó su paraguas porque seguia lloviendo. Desde allí sabía llegar a las habitaciones másculinas. Le había dado mi número de teléfono por si no nos volvíamos a encontrar los proximos días en el jardín y no le podía devolver el paraguas. Resuelto todo asunto, volví a mi habitación.

Aquel año no compartía cuarto con nadie dejé los paraguas en una esquina me quité la ropa mojada y me fui a la ducha, me puse el pijama y caí en la cuenta de que no había cenado todavía. Volví a ponerme un pantalon y una camisa y me preparé para bajar al comedor. Aun no llegaba el reloj a las nueve pero por algún motivo aquella tarde me había parecido muy larga. Después de la cena volví a ponerme el pijama definitivamente. Y, agotado, en mi cama, un pensamiento me rondaban la cabeza, Cornelia Comte, autora de un libro de ilustraciones editado el mes pasado en la habitación de una chica con la que compartía nombre. Entonces, caí en la cuenta. Me levanté de la cama de un salto iluminado, fui corriendo al paraguas, y en el mango, bajo una tira de celo transparente, un papel blaco con un nombre el letras azules: Cornelia Comte.

Me eché sobre la cama con un suspiro en los labios, me sentía satisfecho de haber resuelto aquella cuestión. Los dibujos que había en su diario habian sido hechos con lapicero y los del libro eran pinturas al óleo y acuarelas. Además los dibujos de aquel libro eran bastante siniestros, me recordaron a la última pagina del diario. Aquel símbolo que pensé que era copiado del libro ahora veía que eran ambos invención de una misma persona y ese "Lo he conseguido"... La amabilidad y alegría que me había mostrado aquella se volvió muy siniestra. La lluvia no cesaba de caer. Se la oía chocar contra el cristal de mi baño. Cerré los ojos. Traté de olvidar el libro y la última página del diario. Metí la mano dentro del pantalón del pijama y pensé en mi pene siendo lamido por la lengua de Cornelia Comte, penetrando la cadera ancha de Cornelia Comte....

Su paraguas goteaba el suelo de mi habitación.

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