La eterna agonía de un porqué sin respuesta...

jueves, 30 de junio de 2016

Esta historia es un atentado contra la belleza

Nos conocimos en esa edad donde toda idea inmoral era una buena idea. Visto con perspectiva pordría decir que en aquella epoca, eramos Satán. Como Satán pero con más imaginación. Hubiesemos podido violar a la mujer de Fausto y aun habríamos sido tan descarados como para pedirle un café y un puro. Todo lo que nos pasó acabó por ser inevitable. Nunca nos llamábamos por nuestros nombres. Para mí, él era Demián; y yo por supuesto, era Gatsby. Cuando, tiempo después apareció ella, decidió llamarse Bovary.

Nos jactábamos de renunciar a nuestros apellidos. Nos autoproclamábamos huerfanos de espíritu cultural. Nos pasábamos el día fumando borrachos, farfullando chorradas sobre las crisis de nuestro tiempo. Bovary y Demián se pusieron a salir pasado algún tiempo. Él solo lo hacía para poder tocarle las tetas y ella... Dios sabe porqué se puso a salir con ese capullo. Es curioso pero en el fondo, creo que los odié tanto como los amé a ambos. Después de una primera etapa adolescente, insustancial hasta cierto punto trágico, llegamos a una inusitada juventud para la que ninguno estábamos preparados. Nos empezamos a faltar al respeto metódicamente y sin pretextos. Eramos propensos a todo tipo de agresividad, como si en ella se depositara toda causa justa, como si fuera de repente, el único idioma que pudiéramos hablar. Todos nos sentíamos dioses griegos en mitad de trifulcas que en realidad no significan nada pero que en su suceder, acababan con las vidas de miles de griegos. Bovary, la muy imbécil, me coaccionó en otoño para que saliera una vez con ella, Demián y una amiga suya de clase de francés.

Llegado un punto en esa cita tan antinatural nos dejaron a mí y a la cuarta en discordia, solos.

-¿Por qué francés? se me ocurrió preguntar. No quería una respuesta, de hecho no tenía que haberla verbalizado. De haber estado con Boba-/ri/ seguramente ella me habría contestado "¿por qué francés? ¿Eres idiota o qué?" pero claro, ella era una recatada y elegante señorita y me dijo algo formal y correcto, algo vomitibo que tardó como treinta minutos de terminar de explicar. Luego me preguntó.

-Y a ti ¿te gusta el francés?- ¿Vaya pregunta más estúpida verdad? bueno pues le respondí de una forma no muy correcta.-

-No, la verdad es que nada. Los hombres que hablan francés, me parecen todos maricones hablando chorradas.

-No lo puedes decir en serio.

-Te lo juro, me da mucha tirria.

Luego hablamos de otras chorradas hasta que consideré que fueron chorradas suficientes como para que besarla no le pareciera indecente y prematuro. Yo en realidad no quería besarla y hacer de aquello algo romántico. Mis intereses eran puramente sexuales. Habría preferido librarme de los preliminales pero era imposible así que tuve que hacer la burocracia de rigor. Primero el pelo, luego el cuello. Cógele la mano, la cadera, luego ya pruebas con los pechos. Qué ni se te ocurra parecer ansioso por llegar a esa parte. Si te precipitas la chica se corta como el all i oli y ya no habrá vuelta atrás. Cuando yo ataqué puso gesto de disgusto. Antes de que aquello se arruinara tuve que detenerme a decirle lo bonita que era y lo bien que le quedaba el vestido en el escote, que no había podido resistirme.

-¿Cuál es tu nombre? "Ellos" sólo te llamaban Gatsby, quiero saber cómo te llamas.

-Me llamo:,,, Amando... Estrella. -Mentí-

-Qué bonito.

Seguí besándola y aprovechándome de su ingenuidad. Para tener dieciocho años tenía aun los pechos muy poco desarrollados, nada como los de Bovary. Cuando pensé en ello no quise seguir tocándola. No quise seguir con ella. Pensaréis que soy un tipo bastante despreciable. ¿No os lo había dicho? El mismo Satán.

No dejaba de pensar que Demián estaba haciendo lo mismo que yo en ese momento pero con una chica con pechos más desarrollados y que además usa la lengua al besar. Aquello me ponía enfermo. Quise matar a alguien. De repente ese bastardo con cara de drogadicto me ponía de los nervios. Y Bovary solo era una ninfómana cualquiera. Los odiaba a ambos.


Bovary pasó luego meses sin acercarse a nosotros. Cuando ella no estaba era como si nuestra amistad comenzara de nuevo. Hablabamos tranquilamente sobre series, películas, alguna obscenidad y hasta del futuro. Casi parecíamos estudiantes normales. A veces hacíamos alguna gamberrada como robar bolsas del vestuario de la piscina de la universidad pero nada demasiado peligroso. Sólo nos daba un subidón de adrenalina suficiente como para no necesitar drogas más duras que el tabaco. Para nosotros era positivo. A veces salíamos por las noches pero rara vez ligábamos algo. Acabábamos siempre viendo alguna película y riéndonos de los intérpretes masculinos. Cosas tipo: "ese tío tiene la nariz como dos veces yo", o "¿ese no es muy mayor para hacer un papel tan secundario?", o "¿cuan humillante puede ser que solo te llamen para ser el clown de la película?".

Cuando volvió Bovary sentí que no quería que volviese. Nos estuvo reprochando no haberle hecho caso. Bueno eso fue más dirigido a Demián, a mí me criticó no haberle dicho tampoco nada a la chica de aquella vez. Pero es que a mí esa chica no me importaba en absoluto. Total que nos hecho una charla sobre inteligencia emocional, empatía y madurez que solo soporté porque a través de la camiseta se le marcaban los pezones y se los podía mirar de reojo sin que se diera cuenta. Soy despreciable, sí, pero ¿qué le vamos a hacer?

Cortaron a los cinco días de aquello con su extraña relación. Yo volví a salir con la amiga de francés solo porque ella me lo pidió y cómo entonces ya no salían juntos, Bovary me ponía menos enfermo. La chica seguía igual que cómo la había dejado, tras medio año, no se apreciaba ninguna novedad. Su busto, igual de decepcionante. Total que al final me dio por decirle que estaba muy enamorado de Bobary y que toda aquella situación me estaba haciendo mucho daño; que sólo intentaba hacer aquello que el mundo esperaba de mí, que no sentía nada por ella y que sentía hacerle daño. En realidad no sentía nada de aquello. Solo quería dejar de verla sin que Bova me retirase la palabra. Aquello acabó sin mucho drama, he de decir.

Tras dos semanas tuve una conversación rara con Bobary.

-No sé qué me pasa. Me gustáis los dos pero, los dos, sois insoportables. De alguna manera os desprecio pero sois los dos únicos chicos del mundo a los que veo con pene.

-¿No será que no tienes más amigos?

-Sí, pero ¿qué os pasa? sois supercapullos, Demián es demasiado arrogante y egocéntrico y tú eres siempre muy sombrío y no tienes nada de iniciativa. Sólo vas a los sitios si te llevamos nosotros, eres patético. ¿Por qué no puedo ser la amiga de chicos más guapos y normales?

Para lo dura que estaba siendo, actuaba como si la ofendida fuera ella, como si nuestro modo de ser la insultara a ella. Yo no iba a contradecirla, la verdad es que llevaba razón pero me cabreó, joder, tengo mi orgullo. Total que no hablé, porque no quería hablar, quería estrangularla y no quería. No sabía exactamente que sentía, deseaba que se fuera y que no volviera nunca. Acabé besándola. Forzándola a que ella lo hiciera a su vez. La besé porqué la odiaba y mi odio tenía que construir o destruir algo. Pese a lo grotesco, aquello sería el momento más placentero que había vivido. Ni mil mochilas robadas del vestuario masculino, me habrían provocado una hipertensión parecida.

-¿Comprendes más cosas ahora? ¿Eres capaz de ver ahora a alguien más a parte de ti? Actúas desde una superioridad que nadie sabe de donde te has sacado y te atreves a llamarme patético, aquí todos estamos perdidos, no te atrevas a decirme nada. Tú no eres especial. -Llegó un momento en mi discurso que ya no sabía qué decía pero ella asentía en silencio, dándome la razón como si fuera una niña pequeña que obedece a la autoridad de un adulto. Creo que en aquel entonces sólo necesitaba que alguien la escuchara, que sus palabras llegaran a alguien, sentir que cuando hablaba, sus palabras, no cayesen a un vacío infinito.- 

-En tres días empiezo las vacaciones y no quiero volver a casa, no sé dónde irás tú pero quiero ir contigo. Quiero estar una temporada solo contigo, sin Demián de por medio. Creo que a ambos nos vendrá bien.



Demián se enteró de que habíamos pasado el verano juntos, en el campo. Supongo que por amigos en común- Por esa razón creo que lo conté a gente con la que tampoco me llevaba demasiado bien, porque quería que él se enterase. Creo que quería hacerle daño sin dejar de ser amigos, al menos no quería ser yo quien rompiera la amistad. Quería que fuera él quien sufriera, quien no lo soportara y tuviera que alejarse de mí, solo así yo ganaba aquel retorcido pulso que para entonces era nuestra amistad. Lo hizo, se alejó. Gané. Ni siquiera hubo conversación o pelea de despedida. Creo que algo dentro de él, le dijo que durante las vacaciones habíamos mantenido una relación romántica con episodios sexuales; o que al menos había logrado, en el afrodisíaco furor del verano, acariciar sus pechos. No fue así. Simplemente pasamos un verano como amigos. Era lo que necesitábamos, algo de paz. Nada depravado por unos meses. Pero existía aquella parte de Demián celosa, y aquella parte hizo lo propio. Era algo que no conocía, que deseaba desatar, sí, pero que no esperaba encontrar. En mi subconsciente había simultáneamente dos ideas "quiero que sufra, que sienta celos" y "es imposible que algo así le afecte". Pero de alguna forma lo conseguí y Demián intentó suicidarse al comenzar septiembre. Yo aquello nunca lo sabría. Cambió de colegio a uno pijo, caro, con uniforme y todo. ya tenía dieciocho para diecinueve y Dios sabe cuantas veces repetía. Yo ya no sabía que hacer y me metí en el ejército. No me llenaba. A nadie en realidad le llena -como mucho a aquellos que desde un principio, no tienen nada que llenar-. Me carteé con Bovary unos meses. Hasta que encontró otro chico con el que escribirse cartas y con el que hacer otras muchas cosas, como por ejemplo perder, por fin, la virginidad.

¿Nos fue bien? Nos fue, de un modo u otro, nos hicimos con un camino. Intentamos ser felices. Nunca fuimos malos del todo pero los tres acabamos con una sensación de tener miles de pecados que expiar. Fue algo rara aquella etapa. Fue una de tantas, supongo.



"el antagonista de la historia de todo hombre heterosexual siempre fue un buen par de tetas"



Taste it. Feels good right?

lunes, 6 de junio de 2016

bah

Total, que al final sólo sé que no sé nada. No saber nada me crea un desasosiego extraño. Eso también lo sé. Sé que no sé y que el no saber es todo cuanto puedo conocer. Conozco un nada, conozco que hay una sombra a mi espalda, y que cuando me giro a mirarla, me da de nuevo esquinazo. Creo poder llegar, y me resbalo, tropiezo y caigo. Aun así, conozco que no puedo conocer algo. Y me revelo contra mi naturaleza torpe. Y creo una ciencia y creo en ella con la resolución de un fanático chamán tribal al que le funcionan sus danzas de la lluvia. Comparto mi desconocimiento con seres extraños. Entre ellos me pierdo. No conozco que soy yo, dentro de ellos. Porque somos puntos conectados en líneas de metro convertidas de forma divertida en analogías de las ideologías particulares, nuestras idiosincrasias y todo lo demás. Solo sé que equivocarme es todo cuanto puedo. Puesto que no sabiendo, no me queda sino jugar a los dados en cada uno de mis actos frente a según qué acontecimientos. Creo que me pierdo si no hago. Creo que el acto es mi fundamento. Yo soy aquel que crea antes de ser creado. Es decir, juego, y al jugar, nazco.

Conozco también mi finitud. Mi finitud me atormenta más, acaso. Tengo los ojos henchidos de lágrimas de estupor ante una finitud que parece más cercana que cosa remota. Y en este tiempo finito me obligo a conocer algo que valga la pena. Porque después de mi tiempo, algo necesito dejar de mi existencia. Si no, desapareceré. Aunque no lo sepa y no pueda asegurarlo. Creo que prefiero dedicar mi vida a una búsqueda que desperdiciarlo (el tiempo). Después de buscar mucho o poco creo conocer o percibir tímidamente algo. Y a ese algo me aferro, como un marinero a un cabo en mitad de un temporal que agita y zarandea el barco. Si el cabo se suelta, es el final. Bendito, bendito cabo. Cabo, tú eres todo lo valioso. Cabo, sin ti me acabo, que juego de palabras más estúpido. Tal cabo es idolatrado como todo cuanto es en el mundo. Ese cabo fue llamado comunismo, hedonismo, más allá, patria, hijos… lo que pretendo demostrar es que el nombre perfecto que debe adoptar el cabo es: Uno mismo.

Y ¿qué es uno sin el cabo y que es el cabo sin uno? Yo quiero creer en algo y dar mi vida por ello, como Galileo (casi) o Saint-Just. Como en una novela romántica. Ya que tengo que dar la vida, que sea de forma heroica y que se yergan monumentos ensalzando mi valor al defender una nada, una nada porque el cabo es solo una metáfora, es la contingencia de una vida que se decidió emplear en algo que nadie más que uno mismo comprendía. Nadie lo comprendía porque nadie puede saber nada más allá de su ignorancia. Las grandes naciones durante el siglo pasado se han aventurado con entusiasmo a una cantidad muy grande de proyectos de mejora política. Han ideado nuevos imperios y nuevos modelos de Estados queriendo hacer de ellos la gloria de una cultura clásica que ya solo son rocas y lienzos a los que les preguntamos la opinión. Ante su muda resolución creemos estar en lo correcto ¿qué otra cosa podríamos creer sino? Nadie actúa sabiéndose equivocado. Paremos a reflexionar. Si en el siglo pasado nadie se hubiese movido, los antiguos, no estarían más decepcionados. Pero hay una cosa segura, otra cosa más que sé. Nos movemos, perdidos, hacia ningún lado. El Estado no tiene un camino, porque los seres humanos, cada uno, aguanta un cabo. Si queremos ver en el Estado, el fin, no puede sino acabar decepcionado. El Estado es eso que se equivoca aun más que sus propios ciudadanos, que intenta parecerse a todos y acaba siendo lo más extraño. Por eso lo mejor es desidentificarnos. Hacernos nadies, sin opiniones ni pantomimas. Ser deseos huecos carentes de reflexión. Ya que no sabemos nada, sintamos, seamos sentimientos. Y en ese sentir, riamos la ignorancia. Soy un extraño ser apetitivo que se siente. Sé que siento, sé que cuando siento me siento más existente que nunca, el sentir es preclaro, anterior a la reflexión sobre la existencia del sentimiento. Solo eso hay, existencias preclaras. En cuanto nos ponemos a hacer metafísica, creamos cuentos de hadas, que crean nadas, nadas en las que creer, pero nadas, al fin y al cabo.

He aquí la posmodernidad!