Me despierto, no
recuerdo nada, nada en absoluto. Ni el día, ni el mes del año, ni nada de nada. Tengo la boca
reseca, sensación de suciedad y sudor por todo el cuerpo, una resaca de
campeonato y una erección contra el pantalón dolorosa y todo.
Por alguna razón o de alguna
manera, una chica está encima de mí. Se despierta al moverme yo. Perdóname. Estoy en una habitación
extraña. Era un salón. Había sillones y un sofá, pero yo y mi compañera
habíamos despertado del suelo. Por cierto que frío hace. Lanzo un gemido
gutural de dolor y cansancio. Me escurro por debajo del cuerpo. No puedo
reparar en él, el dolor de cabeza me impide concentrarme en nada que no sea
buscar agua.
Alcanzo la cocina. No hizo falta
buscarla, sólo la separaba una península del salón. Bebo directamente del grifo.
Me mojo la cabeza. La cocina estaba relativamente limpia a si que supuse que no
era un piso de estudiantes. Llevo la ropa puesta a si que lo lógico habría sido
pensar que no había tenido sexo con esa chica. Ella también iba vestida. Aun
así quise pensar que había sucedido. Quise pensar que nos habíamos acostado.
Miro por la ventana. Un tragaluz.
Una paloma está sobre una tubería dos pisos más allá. Para saber en qué piso
estoy tengo que encaramarme a la ventana, mirar para abajo y contar pisos… y no
me apetece, me duele todo demasiado. Me quito la camiseta. Me mojo la cara con
el agua del grifo, la nuca y las axilas. Reparo en la chica que me mira. No
entiendo su mirada. Diría que es curiosa, algo cansada y un poco molesta quizá…
qué sé yo. Habla. Dice algo pero no la entiendo. Estoy ocupado lavándome. Le
pido que me lo repita. No lo hace. Parece cambiar de opinión. Viene junto a mí.
Me mira intensamente. Yo solo la siento, no la miro. No nos hablamos.
Se aleja, se hace un café que
tarda entre tres y cinco minutos en preparar. Se lo toma mirándome. Le quiero
pedir uno pero me siento cohibido. Finalmente me decido. Me giro y antes de que
empiece a hablar, ella se percata de mi bulto en el pantalón.
-Si te resulta muy violento me
tapo. Estas son cosas que no se pueden evitar.
-Está bien. No te preocupes.
Me sorprende que me deje terminar.
Yo tardo en hablar, entre frases siempre hago pausas y respiro las palabras,
nunca me acelero. He tardado cerca de cinco segundos en callar y ella habló
después, suave, con un tono muy poco afectado. Me sorprendió que me dejara
acabar. Logra que me sienta cómodo en esa situación, aquello tiene un mérito
tremendo porque yo soy muy pudoroso con según que cosas.
-¿Puedo tomar café?
-Sírvete.
-¿Prefieres que me marche ahora?
-No.
No puedo saber si está siendo
borde, o si está simplemente molida y no tiene ganas de hablar, o es que era
así de concisa siempre. Es muy guapa, rubia, el pelo alborotado, el maquillaje
ligeramente deshecho y la camisetilla con borlas y parafernalia variada que
lleva estaba bastante arrugada. Aun así su aspecto es tierno, y eso que nunca
me llamaron la atención las chicas rubias. Sus ojos son lo más maravilloso: apagados, hinchados, inexpresivos y fríos; hechos de una tristeza de color
canela.
-¿Qué hago aquí?
Me decido al final a preguntar. Voy
a por la cafetera. Ella me mira sin responder. Bajo unos shorts vaqueros asoman la fina goma de sus bragas que de forma mínima sobresalen
a darme los buenos días. Pese a dolerme la cabeza horrores no dejo de pensar en
quitarle la ropa y penetrarla sobre el banco de la cocina. Es poco elegante y
cortés, lo sé, pero hay cosas que un hombre, a veces, no puede evitar. Es como
la gravedad, puedes no hablar de ello pero siempre va a estar ahí. El caso es
que mientras desayunaba sólo logré pensar en una única cosa.
-¿Sabes quién soy?
Reflexiono -He muerto y eres
Dios.
Reflexiona. –Anoche pasaron
algunas cosas ¿Te acuerdas de algo?
-Recuerdo la lluvia.
-Anoche no llovió.
-Entonces no recuerdo nada.
Toma café mientras mira al
tragaluz. La imito. Continuo:
-¿Tuvimos sexo?
Tarda en responder.
Concentrándose mucho en pensar sus palabras. Yo me acerco al banco me siento
sobre él y subo mis pies, acurrucándome contra la pared. Llevo calcetines. No
tengo ni idea de dónde están mis zapatillas. Vuelvo de nuevo a la ventana. La paloma
se ha ido. Ahora queda la tubería y nada más. De hecho la tubería, sin la
paloma, se parece más a la nada que a algo concreto. El animal me ha abandonado
con una extraña. ¿He tenido sexo la noche anterior? Por Dios, ¡cuanto deseo
que sí!
-No. -Dice finalmente, su voz me dice que es sincera- Pero, si
te sirve de algo, me viste las tetas.
-No me sirve porque no me acuerdo.
Te importaría….
-No voy a enseñarte mis tetas –adivina
mi frase, era una petición poco elegante y descortés, pero quiero matizar que ese ruego no fue producto de la posibilidad que me ofrece mi libre albedrío, las palabras simplemente salieron de mi boca con la necesidad con que caen los objetos por acción de la gravedad- "¿No recuerdas nada de lo que pasó?", pregunta.
-No. ¿Podrías…?
Opto por no acabar la frase. Podía
haber sido grosero por mi parte pedir detalles. Aun así ella me los ofrece.
-Ayer nos volvimos muy amigos.
Estuvimos bebiendo y bromeando, caminamos por la calle hasta que
nos cansamos y vinimos a mi casa. Seguimos bebiendo solos hasta acabar bastante
cachondos. Tú te metiste con el tamaño de mis pechos y apostaste a que no
podría masturbarte con ellos. Total que lo intentamos, -paró en este punto,
reflexiona y añade-, no pude. Aun así tu mencionaste que te gustaban, empezaste
a acariciarlos, luego yo a ti y… acabe haciéndote una felación.
-¡Qué locura! Y yo sin acordarme
¿Por qué no acabamos follando?
-No lo sé. Quizá no era buena
idea. Hoy es domingo, por cierto, es trece de mayo. Feliz cumpleaños.
-Tengo que ir a casa, ya son las
doce pasadas. ¿Vives sola?
-Con mi hermana.
-¿Podemos acostarnos?
-¿Ahora?
-Sí. Bueno. Sí… ¿No quieres? El
pantalón me está matando. No quiero salir a la calle así.
-Me encantaría ayudarte pero no
es buena idea. Me encuentro fatal, sería una amante pésima. -Pausa- Además no
quiero hacerlo con alguien que no me conoce.
-Eres muy considerada. -Me acerco
para besarle la mejilla. Ella se mantiene alerta mientras me acero, pendiente de
si intento algo raro.- Gracias por el café.
-Me llamo May.
-Yo soy Julio.
Sonríe, es la primera vez que lo
hace. –Ya lo sé.
-¿Por qué confías en mí? ¿Cómo
sabes que no finjo no recordar nada para no volver a verte o para hacer que me
cuentes lo que paso ayer?
-¿Es así?
-¡No, claro!
-No me importa contar lo que pasó
ayer. Fue divertido y bastante excitante. Y si quieres que no volvamos a vernos,
podemos no volver a vernos. Te conozco de una noche, tampoco eres nadie
irremplazable en mi vida.
-Quiero volver a verte. ¡Dios!
Creo que nunca he querido tanto volver a ver a alguien que no conozco.
-Tienes mi número guardado en el
teléfono. Antes de irte, cámbiate la camiseta, la tuya está manchada de semen.
-Gracias.
Cuando salí de aquella casa con
una camiseta de los guns and roses sentí que mis huesos se habían ensanchado,
que mis músculos habían hecho un hueco para dejar crecer un nuevo órgano vital
en alguna parte. Un órgano que se alimentaba con las palabras de May y de su
silencio. Estar con ella, necesitaba volver a verla. Me invadió una sensación
de euforia al salir del portal. El tráfico era denso. No conocía la calle.
Tenía que comer con mi familia (¡al fin recordaba algo!) y no sabía dónde
estaba. Todo, todo me daba lo mismo.
Decidí pasear pero a las dos
calles me sentí fatigado y el ruido empeoraba mi dolor de cabeza. Paré un taxi.
Dentro del taxi mi placer era tan intenso que creí que me desmayaría. Quise
llamar a alguien, León, Tomás… seguro que había salido con ellos ayer. Fue la
primera vez que bebía. Yo nunca bebo. Nunca. No solo es que ya nada a mí
alrededor me importara, sino que aquello que yo hiciera también había dejado de
valer algo. La muerte misma era banal e intrascendente. Estaba sobre una nube,
a tres mil quinientos kilómetros de altura del planeta tierra, vestido con una
camiseta de May.
No hay comentarios:
Publicar un comentario