Pasó como pasan las cosas en la vida, en medio de
subtramas más pequeñas y humildes. Sucedió sin que pudiera preverlo,
desapareció. Se fue como vino, llegó sola y sola se fue, quizá siempre hubiese
estado sola. Quizá nunca hubiese sentido a alguien como cercano. No deseaba ser
perseguida ni encontrada. No quería llamar la atención. Solo me dejó un mensaje
complicado encima de su cama deshecha y eso que ella nunca se la dejaba por
hacer. El mensaje decía:
Para
mí tú eres, a falta del título de príncipe, el chico azul; mi chico azul. Esta
noche me he metido en tu cama y he visto cómo dormías. He tenido sensación de
despedida. Te he robado la bufanda que te compré. Hay unas bragas mías donde la
ropa sucia, no las necesito. Si nos volvemos a ver...
El texto seguía con un tachón y al final, en la
esquina, concluía: Bye bye.
Podría hacerme el duro pero, lo admito, lloré.
Lloré ese día y el siguiente. Empleé mucho tiempo en tratar de descubrir que
era lo que ponía detrás del tachón, hasta que no tuve más remedio que aceptar
que el mensaje era el tachón mismo y no lo que pudiera haber debajo. Si nos
volvemos a ver... y una mancha negra no es una frase especialmente
inspiradora pero era la frase que había dejado, era la frase que había decidido
dejarme.
Los días que sucedieron a su marcha fueron horribles. Vivía sin vivir. El viento de la calle no me tocaba y el agua de la ducha no me mojaba. Los días se volvieron absurdos. Los marcos de las ventanas y de los cuadros dejaban de ser rectos por momentos y se derretían. Fumaba, y me atragantaba al ingerir comida, me costaba acabar las frases, a veces las dejaba a medias. Pasaban las horas y podía no advertirlo en absoluto, me distraía continuamente y era incapaz de madrugar. Vino una nueva inquilina. Se llamaba Marta, felizmente ennoviada. Al cabo de una semana ya nos acostábamos. Su aspecto me importaba más bien poco pero si queréis una imagen para visualizarla diré que era como un panecillo recién salido del horno, era dulce y gemía en un tono tan agudo que parecía un pequeño mamífero moribundo. No era contraexcitante, lo cierto es que a mi me gustaba. Fallábamos de forma violenta y sucia durante horas. Muchas veces al día, hasta agotarnos. Había domingos que prácticamente no salíamos de la cama. Ella disfrutaba pero era yo quien realmente lo necesitaba, sentía una furia, un hambre voraz por poseer otro cuerpo, solo en esos episodios me sentía algo existente, algo terrestre acaso.
Una vez, al terminar, me sorprendió llorando, yo
no me di cuenta de que lloraba, y ella se conmovió. Le pareció tan bonito que estuvo
besándome delicadamente durante horas. Días más tarde me ofreció acostarme con
ella y con una amiga suya (intuyo, por compasión) pero no salió muy bien. Me
corrí muy pronto y acabaron ellas dos haciendolo solas. Luego resultó que su
amiga estaba enamorada de Marta y le pidió seguir teniendo relaciones -Marta
era heterosexual y no la iba a corresponder si le pedía ennoviarse-. Marta se
negó, no quería terminar haciéndole daño: argumentó, pero aun así le partió el
corazón. La amiga le dijo cosas preciosas sobre lo que sentía y Marta terminó
llorando. Lloraron las dos, en realidad, y acabaron durmiendo juntas en mi cama
sin decirse nada más hasta el día siguiente. Se despidieron tras el desayuno.
Su amiga la besó antes de irse, le prometió que sería la última vez. Lo escuché
todo desde el salón. Después de aquello hablamos.
-Siento todo el lío que se ha montado.
-No tienes que disculparte. Gracias por lo que
has querido hacer.
-¡Qué marrón! aun estoy flipando con todo. Soy
hetero ¿Vale? quiero que lo sepas. Puedo disfrutar con una mujer pero no soy
lesbiana.
No nos mirábamos, estábamos encarados en el sofá
hacia un televisor apagado.
- ¿Era la primera vez?
-No, ya lo habíamos hecho antes, ha sido la
primera vez que lo hemos hecho estando yo sobria y teniéndolo previsto, eso sí,
pero a mi me gustan los hombres. Quiero decir... con ella es como un juego
travieso y morboso que gusta más por ser algo tabú que por lo que es en sí;
contigo, con los hombres, es algo más serio, más maduro, más... no sé, más
íntimo. Creo que no me costaría hablar de todas mis aventuras lésbicas con todo
lujo de detalles pero, sin embargo, de mis relaciones contigo no podría
explicar nada. Es algo demasiado personal, lo otro para mí no es más que un
gesto revelde de mujer histriónica.
Yo no contesté, pero la escuchaba, sentía que,
después de varios meses de convivencia por primera vez, era capaz de
concentrarme en una de nuestras conversaciones, de escucharla de verdad. Como
si después de escuchar la historia de un desamor ajeno, mi pena (si lo que
tenía era pena) se hubiera escurrido por las alcantarillas de mi estado
consciente.
-Lo que me gusta de ti -continuó ella-. Es que me
transmites mucha dulzura, eres violento y grosero a veces pero en el fondo
siento que eres tan tierno... eres intenso y furioso pero en tus ojos veo a un
niño pequeño sollozando y quiero abrazarlo. A veces pienso ¿Cómo es posible que
un niño pueda estar dominándome de esta manera, que tenga esta fuerza y sea
capaz de llevarme al éxtasis? Es gracioso ¿no? eres mayor que yo y te veo como
a un niño... -Hubo un silencio prolongado, mi mirada perdida parecía decidida a
no encontrarse jamás, yo trataba de imaginarme la escena del coito desde el punto
de vista de Marta, teniéndome encima a mí mismo y buscando en mis ojos un niño
sollozando, me parecía una imagen nada erótica. Ella se ruborizó pronto-.
Perdón, no sé porqué digo estas tonterías.
-Antes que tú hubo una chica. Dormía donde
duermes tú. Se marchó hace un par de meses...
Empecé a hablar y le conté muchas cosas de Noemí.
Le hable de la breve carta y de lo que significaba el tachón. Le conté que me
masturbaba con sus bragas y que ella lo sabía y lo consentía. Le hablé de los
libros que leía y las infusiones que le gustaban, de sus grupos de música y los
bares que solía frecuentar, de sus gestos, de sus verbos ingleses, de su
menstruación, de las amigas de las que me hablaba y de sus lunares. Marta me
miraba interesada. Creo que hasta estuvo a punto de llorar en un momento de la
historia pero no lo hizo.
-Tiene que volver.
-¿Por qué dices eso?
-¿No es obvio, señor Don Me-fijo-en-todo? Tiene
que volver a hacer la cama. Por eso la dejó deshecha. Para decirte, tengo que
volver aun para hacerla, para estar contigo.
-No. La primera vez que entró en esta casa, la
cama estaba deshecha, creo que pretendía decir "yo nunca he estado
aquí", la habitación volvía a estar tal y como estaba el día que llegó.
Como si hubiese querido recrear la historia de el día del traslado pero sin que
ese traslado llegara nunca. Ha querido retroceder en el tiempo y dejarme tal y
como estaba antes de conocerla, comprimiendo toda su existencia en un breve
texto de cincuenta y ocho palabras y una mancha.
Ahora si que lloraba, a penas un par de tímidas
lágrimas. -¿Por qué quiso hacer algo así?
-Me enteré un par de días después, cuando vino su
novio a visitarme. Me preguntó si sabía algo de ella. Le había pedido
matrimonio hacía un par de días, en casa de sus padres y todo, muy tradicional
y eso. Ella no había respondido, tenía que pensarlo, dijo; y nadie había vuelto
a saber de ella. Escapó. En el momento en el que me lo contó lo comprendí todo,
sus sentimientos y sus pensamientos, desde el primero hasta el último. Se había
ido lejos, muy lejos, probablemente a alguna ciudad extranjera sobre la que oyó
hablar a su abuelo durante su infancia. No piensa regresar, es un alma libre,
cree que su vida y sus actos no pesan nada, que nadie siente especial simpatía
por ella y que por eso a nadie ofende con su marcha. Su novio, sus amigos...
ella piensa que todos se han limitado únicamente a ver de ella su cáscara, no
han conocido su verdadera identidad y por eso siente que al irse no les está
quitando una novia, una amiga... sino que solo les quita la imagen de novia, de
amiga... y las imágenes no son nada, ni tienen que dar explicaciones. Su
cuerpo, sus palabras, sus gestos, sus ideas como algo prestado y ajeno. Para ella su yo trasciende todo lo visible o cognoscible, está más allá
de las nubes, y así con nadie está ligada o en deuda. Salvo conmigo, porque yo
soy el único que verdaderamente ha estado con ella y la ha sabido respetar su
"libertad-como-contenido" como una cosa sagrada. Por eso me escribe
una extraña carta de despedida.
-No sé lo qué es cognoscible pero esa chica es
estúpida si piensa que no debe nada a nadie, y tú ¿cómo puedes creerte toda esa
mierda? Te crees más inteligente que nadie pero creo que, de todos, tú eres el que más la ha visto como te ha dado la
gana. Sinceramente creo que de esta casa se ha ido porque estaba harta de ti.
Harta de que sólo cogieses sus bragas y no su coño. Harta de que le hicieras todos los
cafés y ningún cunilingus. ¡Joder, Alex, eres estúpido! esa chica
estaba enamorada de ti y si no la buscas y lo arreglas lo que sea que esté mal con ella serás un... desgraciado toda tu vida.
Mira yo soy una hija de perra que se acaba de
follar a su mejor amiga aun sabiendo que ella sentía algo por mí, salgo con un
chico gordo que me da lástima y al que, de dejarlo, condenaría a doce horas diarias de
shooters on-line y otras tantas de pajas con dibujos japoneses... y tú, sin embargo,
me comparas con un tierno panecillo recién salido del horno. Alex, soy la sal
de la tierra y tu crees que soy adorable y achuchable porque estoy gorda, soy
bajita y achino los ojos cuando sonrío. Pero ¿sabes? soy una persona horrible,
a si que tú no te creas todo lo que tu superdotada mente cree o piensa. Te
equivocas también, Alex, como yo y como todas las personas de La Tierra, a si que aterriza
de tu nave. Admite que esta vez te has pasado de poeta. Has pensado que esta casa era una burbuja de felicidad, que era tu Edén particular, un paraíso lejos del mundo... pero esta casa está en el mundo, Noemí es un ser humano real y te estas inventando una Noemí que no quiere ser buscada para no perder lo que de ella queda en esta casa. Porque es más fácil para ti pensar que ha huido de su novio, a pensar que os ha abandonado.
-No vas a convertir esto en un dramón romántico. Haz con tu amiga lo que quieras, haz con tu novio lo que quieras, reniega
cuanto quieras de ser un panecillo, quizá me equivoque contigo pero a ella no la conociste. No puedes decir tan alegremente que no sé nada de ella.
Perdonad que el escritor se entrometa llegado
este punto pero lo que continuó fue una discusión que no llevó a ninguna parte,
¿Se equivocaba Marta? ¿Se equivocaba Alex? ¿Qué más da? El hecho es que Noemí
se había ido y Alex sentía que no debía ir tras ella, no quiso ir tras ella
porque el tachón significaba: "no habrá próxima vez". Marta creía que
debía buscarla porque el tachón escondía unas palabras detrás y porque la cama
decía "debo volver a hacer la cama y meterme luego en ella contigo".
Pero lo cierto es que cada uno veía en aquella situación aquello que
irremediablemente debía ver. Aquello que no podían evitar no ver. Por eso su
relación se enfrió. En el sexo Marta ya no veía al niño que sollozaba, y Alex
no sentía el furioso deseo de hacerle el amor a un fantasma. Ya solo pensaba en
una hermosa gerente de un pequeño establecimiento de Lieja llamada Noemí. Que
sonreía a la vida, a su soltería, a su felicidad. Acabó por lavar las bragas un
día y regalárselas a su exnovio. Los fantasmas nunca
desaparecen del todo, pero de alguna manera, un día, uno descubre que en el fondo del pozo vuelve a fluir el agua, que Sawara vuelve a
casa y que Murakami puede volver a ser leído. sin recordar a esa chica. Esa
chica que nos dijo Bye Bye porque, como todo el mundo sabe, todo suena mejor en
inglés.
No hay comentarios:
Publicar un comentario