A medida que mis ojos avanzaban sobre
aquellos símbolos me invadía un sentimiento de inusitada frialdad. No es que no
trasmitiera nada. Es que aquello que trasmitía era una estepa siberiana. Era la
nada universal unificada en las palabras que escribió. Aquello que debía ser
terrible y trágico, quedaba ahora bañado por una sal tediosa y una incómoda
ataraxia.
Sólo decía lo que había pasado a los
hombres más desgraciados que fueron a parar al lugar más terrible del planeta,
y para desazón de los morbosos –es decir, para toda la sociedad occidental-
aquello, no despertaba ninguna lágrima, ningún suspiro, ni el más leve desvelo.
A penas uno había empezado ya quería terminar. Cuando llegué a la página
treinta y cuatro, cerré el libro un instante. Cerré los ojos, me percaté que si
había llegado tan lejos era por el mito que representaba, por convertirme en la
clase de chico que lee a Primo Levi al terminar su clase de francés y sentirme
realizado como persona. Realmente lo que hacía era otra forma de hedonismo. No
me comprometía con nada ni con nadie, sólo esculpía mi persona tal y como los
culturistas esculpen su cuerpo. Con el mismo deseo de orgullo y satisfacción
propia. Al final ser rebelde solo era otro teatro dónde metías tu cabeza,
mantenías la respiración trece o catorce horas a la semana, en la hora del
almuerzo con Celia y después de clases, en la cafetería, con los del sindicato,
y bastaba. Después volvías a tu habitación y el nihilismo volvía a llamar a tu
puerta.
Escruté con concienzudo interés la
portada. Los bordes estaban levemente desgastados por el uso. Comprar libros de
segunda mano forma parte del teatro juvenil. Comprarlos de primera mano te hace
perder prestigio, dejas de ser un romántico para ser un yuppie pragmático para
quien comprar libros representa una mera transacción sin ninguna ceremonia.
Para los jóvenes, todo lo que tenga que ver con la formación cultural es sacro
y debe realizarse con una conciencia casi mística, es difícil entrar en este
estado zen bajo la intensa iluminación de un centro comercial. Pero seamos
sinceros, nadie encuentra libros de Lyotard de segunda mano, o de Merlau-Ponty
¿Y porqué ellos no merecen ser leídos? Hasta los libros que compran y leen los
rebeldes están marcados por la lógica del sistema que los mismos rebeldes creen
esquivar cuando van a comprar libros de segunda mano.
-¡No te atrevas a decir nada así con los
del sindicato! -Me advertía Celia entre carcajadas cada vez que le comentaba
mis opiniones en el almuerzo.- Se sentirán súuuuuper ofendidos y te empezarían
a nombrar un montón de gente súper influyente que tiene afinidades leninistas o
trotskistas. Y no se callarían hasta hacerte perder las ganas de discutir.
-Pero al final el jefe de todos es la
comisión del banco mundial y toda esa peña a si que qué más da que afinidades
tenga un hombre concreto, los hombres nada pueden. La historia se escribe sola,
y el pueblo la sufre. Esa es la única realidad que me dejan ver mis ojos.
Perdón por la desolación que pueda hacerte sentir.
Celia se reía también entonces. Le
encantaba verme cínico. A mi me encantaba verla reír, en aquellos momentos
siempre pensé que el cinismo era otra obra que representaba, que en realidad
nunca dejaba de ser rebelde; que era un rebelde rebelado contra la rebeldía.
Supongo que solo quería sentirme aun más especial y eso sólo era más y más
hedonismo que, para variar, no le era útil a nadie.
Repasé las letras con mis dedos fríos: Si esto es un hombre. Debo reconocerle una cosa a Primo Levi. Ser tan frío te
ayuda a ver que en realidad, los miserables no están rodeados de un aura de
indefensión sacra por la que merece la pena luchar. Realmente el miserable es
miserable y punto, sin floritura ni ornamento. Los miserables no entienden a
Marx, y eso también debe ser entendido como un pilar fundamental de nuestro
teatro. Luchamos por los humildes con nuestros libros y nuestros debates, nunca
sin involucrarnos demasiado. Consiguiendo las limosnas que quieran darnos los
de arriba. Si nos excedemos, los de arriba nos mandan a la policía y nos dan
una buena paliza. Luego, a la mañana siguiente, enseñan tres imágenes con
contenedores ardiendo, en la prensa y, voilà, ya tienes a toda la gente humilde
detestando la revolución, protestando contra el joven que pone en riesgo sus
comodidades. Parece su derecho, el rebelde debería respetar al menos el sueño
de los oprimidos y alienados.
Llegué a la conclusión de que Primo Levi
había dado en el clavo. Hay que hacer caer el viejo mito de que lo penoso es
conmovedor. No hay mérito en la pobreza y en la miseria. Lo que hay es pobreza
y miseria, y leer sobre ello solo nos puede dejar fríos, desganados, ausentes.
Esta es la única realidad. La poesía miente, disfraza al mundo y Platón hacía
bien al dejarla fuera de su república.
Por muy torpe y pretencioso que suene
decir esto creo que fue el amor el origen de la catástrofe humana. Sólo por el
amor merece la pena arriesgarse al fracaso, a la muerte y al crimen. La belleza
nos hizo creer que el mundo y la humanidad eran causas nobles que merecían el
esfuerzo y la entrega. Por eso tuvo que ser un desengañado químico partisano
superviviente el que nos dijera cómo funciona el mundo. Dejé el libro en la
estantería. Cogí el teléfono, quería llamar a Celia y charlar un rato, pero lo
pensé mejor. No tenía la energía ni las novedades necesarias como para
entretenerla, como para prolongar una conversación. Cogí mi mochila a penas
llena, mi teléfono móvil, las llaves y me fui a la cafetería. Aun era pronto
para cenar pero no sabía qué más hacer.
De camino pensé qué podría estudiar el año
próximo. Había decidido, hacía un par de semanas que abandonaría
definitivamente historia. Mi pérdida de interés no se había producido
únicamente por mis ideas contrarrevolucionarias, también porque mis
calificaciones eran un desastre y Celia creía que me iría mejor estudiar algún
idioma.
Por si os lo estáis preguntando, Celia no
era mi pareja ni nada parecido. Ni tan siquiera una amiga cercana, solo alguien
que en determinados momentos, digamos que ejercía una fuerte influencia en mí.
Tampoco estaba metido en ningún sindicato de estudiantes, pero Celia tenía
amigos allí y coincidíamos recurrentemente en el bar. Cuando no hablábamos de
cambiar el mundo era gente con la que realmente me gustaba hablar.