Desapareció
como desaparece aquel cereal, que al servirnos se escurre del tazón y va a
parar debajo del sofá, aquel cereal que nunca recogemos por pereza o desidia
pese a que algo nos puncea la conciencia. No debía dejarla marchar tan fácil
debía decirle algo pero ese momento de confidencia nunca se llegó a dar para
nosotros, y desapareció de mi vista antes de poderle decir "lo
siento" o simplemente "te echaré de menos".
Había sido tan infantil tan
odioso, no dejaba de martillearme la cabeza. Sentía que me iba a explotar.
Intentaba no pensar en eso.
Pensaba en gatos... en calabazas, pero no en ella. Joder, cuanto la odiaba.
Cuanto me odiaba.
Lo peor era el autorechazo. No podía mirarme en un espejo, ni siquiera
consideraba digno que me iluminara el sol. Llegué a pensar que debía buscarla.
Deseché pronto esa idea y seguí odiándome, incluso hoy me odio.
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