La eterna agonía de un porqué sin respuesta...

miércoles, 14 de mayo de 2014

Las cosas que simplemente son

Aquel marzo olía a espuma de mar. No le gustaba el mar. El mar era repetitivo, arremetía una y otra vez contra la arena en vaivén inestable, le provocaba unas migrañas horribles contemplar el mar. Además siempre que lo había visitado, siempre hacía un calor bochornoso. No le gustaba el calor. Los rayos del sol eran continuos, acometían incansables contra la piel en una cascada de dolor cerebral y cansancio. Prefería los días nublados, lluviosos o nevados. Le gustaba la nieve, la nieve tenía el color de su piel, la nieve caía y se quedaba como él: postrada, estática, con menor movilidad aun de la que le permitían sus débiles piernas.

El soñaba con aprender a bailar, le parecía tan hermoso, se imaginaba una sala impregnada de olor a esmalte y betún, con parqué encerado y amplias ventanas dando a una amplia avenida con coches antiguos y grandes árboles de hojas caducas. La sala tendría una pared con espejo. Del techo colgaría una lámpara de araña, a juego con el diminuto animal que tejería una tela en el quicio de una de las ventanas, de marcos de madera desgastada. y cuarteada con los años. Los cristales limpios dejarían ver un otoño opaco.

Aquel marzo olía a espuma de mar. Un joven asiático repartía propaganda de comida china a domicilio por los buzones. Se pasó tres años frente a aquella ventana viendo al mismo mensajero dos veces al día durante treinta y seis meses de semanas eternas, de días eternos, de horas eternas. A aquellos, les sucedieron largos días en una piscina pequeña de mármol blanco y azulejos de colores lisos que se repetían en secuencias que a él nunca le llegaron a gustar, quizá porque hacían referencia a las olas de mar. Pero allí el agua siempre estaba en calma, le gustaba la sensación en sus dedos, le gustaba cuando se arrugaban como un anciano. La primera vez no le gustó, pero como suele pasar, conforme descubrió la tranquilidad y la serenidad del agua, el olor del cloro comenzó a fascinarle. Después conoció su amada sala de baile, donde cuadros de Edgar Degas le prometían mundos de fantasía onírica. Allí comenzó a andar.

El soñaba con aprender a bailar. Su madre le había hablado de espejos doblados que reflejaban imágenes que no eran las reales. Su imaginación era tal que se preguntó durante aquellos años si entre alguno de aquellos espejos pudiera reflejarse a él mismo bailando. Le habría gustado verse en aquel momento con chal, con sombrero de copa y un par de guantes blancos. Por aquel entonces no conocía ningún niño de su edad y siempre le quedó un vacío muy grande en su etapa infantil que nunca llegó a superar, nadie en su lugar lo hubiera hecho tampoco.

Aquel marzo olía a espuma de mar. Levantó la pierna y una gran cantidad de agua se elevó con ella al cielo de marzo, una gota salada se le incrustó en su ojo, pero ya estaba acostumbrado, ya casi ni le molestaba. Levantó la otra pierna hasta su hombro con una nueva bocanada marina con ella. Luego la primerna anterior volvió a patear otra ola más.... Su rutina era despertar cada mañana temprano ir al mar y patear cien olas, cincuenta cada pierna, sentía que le devolvía los dolores de cabeza. Le gustaba el olor de la espuma de mar, en la espuma de mar era donde aquel titan azul moría y le recordaba que nadie era más fuerte que nadie, porque en la espuma de mar reside la certeza de que todo, por muy grande y fuerte que parezca, todo en algún punto, es débil, frágil y muere. Aquél era su baile, un desafío de patadas lanzadas al mar al que desafiaba a diario mientras amanecía ¿Quién es el fuerte? se preguntaba mientras veía espuma siendo lanzada por los aires. Algún día moriría y el mar seguirá ahí, pero el océano y sus aguas también eran finitos ¿Por qué luchaba pues contra esta fuerza insuperable? Nunca se había formulado esa pregunta, pero si alguien alguna vez se la hacía, él respondería: "Él empezó primero"


1 comentario:

  1. Hacía una eternidad que no pasaba, me alegro de haber vuelto al mundo blogger y poder pasarme a leer un texto de mi querido Principe.
    Es un texto muy interesante, como a medida que pasa el tiempo nuestro protagonista empieza a gustarle algo que siempre odió. Supongo que debe ser una sensación extraña, pero conmovedora.
    Un beso
    Lena

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