La eterna agonía de un porqué sin respuesta...

miércoles, 18 de junio de 2014

Kick The Kitty (ch.1)

Me siento tímidamente influido últimamente por un texto de una amiga que sigo y como yo soy como soy y no me puedo resistir he escrito algo del mismo estilo, no sé, por probar que nada quede... además va muy enfocado hacia el concepto de lo peligroso que tanto interés me está suscitando últimamente... Lo peligroso como arte y forma de exhumar el secreto amoral, lo peligroso como denuncia de un sistema que SI cobra víctimas. Lo peligroso para enseñar la cloaca de esta sociedad embellecida con máscara, aquí va un relato -que tal vez alargue- llamado Kick The Kitty.


La tarde transcurría con relativa paz. Estábamos en casa de Alex y yo estaba deseando que se fuera el sol y sus padres para poder empezar a beber cerveza, quien sabe, igual esa noche conseguía emborrachar lo suficiente a Jesica como para que me dejara acostarme con ella. Sonreí ante aquella perspectiva.... Aquella mañana había tenido que ir al instituto a hablar con el orientador y con mis padres, eramos tres entidades en la conversación pero aquello fue monológico. Yo repetía por tercera vez curso y tenía que dejar el centro. Mis profesores fingían preocuparse por mi futuro y citaban a mis padres.... Aquello era una putada. Yo, por mi parte, tras una mañana de disculpas del chupapollas de mi padre al capullo del orientador y un mediodía de gritos encolerizados, me preocupaba si aquella noche iba a poder acostarme con la chica que tenía cogida por el hombro. Así era yo, el perfecto ejemplo de desecho estudiantil, a nadie le importaba demasiado. Desde mi perspectiva, claro. A mis padres les preocupaba pero no conseguían nada con sus gritos, sólo que día a día me volviera más violento, más inestable, más irascible, más peligroso....

El sótano de Alex era oscuro y sucio pero olía a gasolina y ese olor en verano nos colocaba muchísimo con la maría. Habían bicicletas enganchadas en las paredes, con los radios torcidos y una capa de pintura que saltaba solo con mirarla. Habían también herramientas por toda la mesa de madera destartalada de la esquina, cajas apiladas en otras esquinas, electrodomésticos viejos vestidos con polvo.... Nosotros nos sentábamos en un sofá viejo de piel sintética marrón con gomaespuma sobresaliendo por agujeros y muelles desacolchados. Habían sillas viejas e incómodas, donde se sentaban los que no cabían en el sofá mientras los padres de Alex seguían en casa, luego cogían almohadones viejos -que también los había- y los tiraban por el suelo, luego ellos se tiraban por encima. Concha, la madre de Alex, nos prohibía tocar nada, estoy seguro de que pensaba que era una mala influencia para su hijo pero al estar ahí, junto a su núcleo familiar, creía que nos tenía vigilados, creía que podía controlarme. Cuando ellos se iban al club a las ocho, a jugar a las cosas a las que jugaran los cincuentones borrachos hasta las doce, nos mandaban a todos a casa. En realidad esperábamos en el porche de una casa abandonada dos calles más allá, de cinco a diez minutos. Luego Alex llamaba y volvíamos a su garaje a fumar hierba. Él se enrollaba con Amanda cuando quería dejar de beber y yo y Jesica subíamos al cuarto de sus padres. Jesica y yo eramos conocidos desde pequeños y a partir de los catorce siempre fuimos de la mano, ella empezó a beber cuando empecé yo, y yo a fumar cuando ella me enseñó. Desde los dieciséis nos enrollábamos gratuitamente, sin amor ni compromisos que valorábamos de absurdos. Ahora teníamos dieciocho, ella no me dejaba metérsela pero salvo eso no se me ocurría nada que no hubiésemos hecho sobre la cama de los padres de Alex.

Después estaban Mar y Jaime. La chica muy alta, esquelética, modelo caída en anorexia y recuperada... parcialmente, no era en absoluto apta para los estudios, a los quince años no tenía ni el pseudofísico ideal de la voraz industria de la estética ni tenía la pseudointeligencia requerida por esta sociedad a la que detestaba, esta sociedad a la que todos detestábamos. El chico, enfadado con el mundo, buscó en el tabaco de después de clase la salida al estrés que acumulaba las expectativas depositadas sobre él por sus padres.... Él colado por ella... y ella colada por mí, eran la única pareja del grupo que no se comían la boca cuando iban pedo.

Aquel año habíamos estado yendo con otros dos chicos y una chica, pero aun no habían pasado nuestras pruebas para convertirse en uno de los nuestros. Aquella noche sería su prueba de fuego. La chica y uno de los chicos tenían diecisiete, pero parecían mucho más infantiles que Mar y Jaime. Mi compañía corrompía, según decían los adultos... pero lo cierto era que te hacía madurar, te golpeaba en tu autoestima hasta convertirla en hierro, conmigo te volvías egoísta sí, pero valiente y decidido. En aquel sótano te volvías más fuerte, más animal... o eso o volvías a casa con un trauma que requería psiquiatra. No había término medio. Era irónico, mi padre se dedicaba a eso mismo. Quizá por que odiaba a mi padre hacía el trabajo inverso con esos chicos. Un psiquiatra como progenitor del anticristo. Esa era la opinión que tenía sobre mí. Así era yo. Ese era mi poder: convertía a la gente en la versión más grotesca de si mismos, y todos salían satisfechos con el cambio. O eso quería creer yo. O eso me hacía creer mi puerilidad.

Íbamos a hacerles las tres pruebas aquella misma noche, antes de que regresaran los padres de Alex, luego iríamos al polígono abandonado a celebrarlo, junto a la playa, hasta que saliera el sol y quisiéramos volver a casa. El verano acababa de empezar, aquel comienzo estaba siendo caluroso y agoviante y yo me ponía de muy mala hostia cuando hacía calor y no podía beber cerveza fría. Cuando dieron las ocho y tuvimos que dejar momentaneamente el chalet para escondernos en nuestro viejo porche de nuestra vieja casa, pasamos por una pequeña tienda y opté por comprar allí bebida. El dependiente debía pertenecer a algún país de Europa del Este. Me pidió la documentación, y yo pretendiendo ingenio impertinente le pedí la documentación reglamentaria por residencia. Me quiso echar de la tienda, pero le di finalmente mi DNI con despreció y una risilla socarrona y racista. No es que lo fuera realmente, es que me divertía hacer de chico malo. El que estaba tras el mostrador no quiso desperdiciar la venta por aquel comentario, aunque a mí si que pareció despreciarme bastante. Salí recitando alguna obscenidad xenófoba que entoné para que escuchara.

Cuando regresamos a casa de Alex no quedaba botella, Yo y Jessica nos habíamos bebido más de la mitad; Amanda, Jaime y Mar también habían dado algúnque otro sorbo pero aun eran escrupulosos con beber por la tarde, siempre esperaban a la noche, como si ésta les cediera una licencia de aprobación. El mundo entero nos detestaba pero ellos aun esperaban a que la noche los arropara con su manto de ebriedad discreta. Hubo un tiempo en que yo me comportaba igual, como si el sol fuera un espejo y me trasmitiera la nitida imagen de un chico acabado un chico perdido sin sueños ni ilusión, al final aprendía reconocerme con ese reflejo. Al final aprendí que yo era justamente aquello, no diría tampoco que aprendí a vivir con ello, porque me arrepentía mucho de aquello en lo que me había convertido, en el fondo deseaba que todo hubiera sido distinto, en el fondo deseaba ser uno de esos chicos que estaban en la universidad. Los novatos a penas le dieron un trago a la cerveza, por no quedar mal sobre todo. Cuando regresamos al sótano Alex nos esperaba con nueve vasos y tres botellas de vidrio sobre la mesa.

-El otro día visité a mi abuela y tiene un minibar tan grande como pequeña tiene la memoria, tengo dos botellas más pero esas las he dejado para más tarde, Toni.

-Bien... -Dije yo con una inmensa alegría y satisfacción, después de aquel día de espanto necesitaba beber. Realmente todos mis días resultaban asquerosos y beber con mis amigos era lo único que me alejaba de mi vida de mierda con la que hubiera acabado hace tiempo de no ser por gente como Jesica o Alex les necesitaba mucho más de lo que jamás admitiría. -Ese es mi chico ¡joder! -Le cogí de la cabeza y junte mi frente y la suya con un cabezazo brusco-. ¡ese es mi chico! Sabes que te quiero ¿no? ¿Lo sabes, tío? Sabes que eres mi mejor amigo ¿y sabes por qué? porque eres valiente y no te acobardas, porque eres cojonudo y tienes unos huevos donde un jodido hombre debe tenerlos. ¡Todos a beber! -Fue una orden-.

Todos tomaron un vaso y dieron un sorbo, unos lo dieron más largo; otros, muy nerviosos con su debut lo acortaron todo lo que pudieron. Lorena, Miguel y Lucas era la primera vez que salían con nosotros de noche: habíamos pasado tardes con ellos pero solo fueron tardes inocentes, anodinas, tardes cualquiera bebiendo botellines de cerveza, fumando algún cigarrillo y quejándonos del mundo, escuchando el nuevo disco de Eminem mientras Alex y Jesica se daban hostias con sus monopatines practicando este o aquel salto, sabían cual era nuestro rollo pero solo por encima, sólo conocían el humus de nuestra locura, el estrato más superficial de nuestra desesperación y demencia. Aquella noche iban a conocer nuestro infierno.

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