-¿Te puedo pedir un favor?
-Mientras no sea dinero...
-Necesito que nos acostemos.
-¿Qué dices?
-Que necesito que nos acostemos.
Ella se separó entonces de él. Una distancia considerable. La primera vez que lo sugirió sonó a broma, la segunda dejó de tener gracia. Los ojos le brillaban en la oscuridad de la noche, sus ojos de gata se clavaron en el rostro de él cuando encontró la distancia de seguridad para darle un guantazo si intentaba algo raro.
El silencio siguió a los movimientos felinos y esta gata retomo el verbo en aquella bochornosa situación.
-No te tomaba por...
-Escucha. -Irrumpió entonces él con voz de perro viejo- Estos días están... llevo ya meses que no se que hacer conmigo, ni con mi vida, de vez en cuando en mis momentos lúcidos discierno algo. Pero de pronto empiezan a aparecerme fantasmas aquí y allá. Miro a otra gente y parecen todos tenerlo tan claro, estar tan bien dispuestos y preparados. ¿Sabes lo que soñé anoche?
-No.
-Soñé que me hundía en un océano inmenso. A mi alrededor un montón de gente nadaba hacia la superficie con eficiencia y ritmo acelerado, y yo no podía flotar siquiera, no pude moverme y me hundía más y más mientras todos ascendían. Sólo quería esconderme ocultarme y que nadie se diese cuenta de que en realidad no podía nadar, que me hundía en lugar de subir a la superficie. Yo estaba ahí, quieto, inmóvil era algo tan triste y patético que no me pudiera mover. Fui incapaz. ¿Sabes lo que quiero decir? -pausa- La gente va aquí y allá, conoce gente, empiezan a salir a este y aquel otro lado, se besan en los parques y en los porches, en los asientos delanteros de sus coches de segunda mano... y yo siento que me quedo encerrado en esta ciudad, en un momento de mi vida. Siento que me devora. Me siento tan enclaustrado. Tan varado y flaco de fuerzas para liberarme... ¿por qué diablos no llueve este otoño?
La noche estaba siendo muy calurosa, eran las siete de la tarde pero la luna ya llenaba el cielo. Taxis libres pasaban ocasionalmente e iluminaban la escena con un artificial color verde que desaparecía poco después.
Ella se acercó a su mejilla. La besó, le cogió la barbilla con una mano y le apretó los mofletes contra la mandíbula. -¡Ay jilguero mojado! que idiota estás. Sólo es la sensación que te da, créeme no hay nada en sus vidas tan extraordinario ni digno de ser envidiado.
Ella se acercó a su mejilla. La besó, le cogió la barbilla con una mano y le apretó los mofletes contra la mandíbula. -¡Ay jilguero mojado! que idiota estás. Sólo es la sensación que te da, créeme no hay nada en sus vidas tan extraordinario ni digno de ser envidiado.
-Aun así, ésta es una sensación horrible... pero no te he pedido que me animes. Sólo que me dejes acostarme contigo.
-¿De verdad crees que toda esa paranoia se va con sexo?
Él levantó entonces débilmente los hombros con la expresión facial de un garbanzo seco. -Por intentarlo....
-Eres idiota.
-Eres idiota.
-Soy idiota.
-Muy idiota.
-El rey de los idiotas.
Ella guardó silencio y él lo rompió al poco.
-¿Lo harás por mí?
-No. -dijo concluyente- Sólo me quieres porque estás desesperado, porque no sabes que hacer... si al menos hubieses dicho que me encuentras atractiva... ¿hace cuanto que estás a dos velas?
Una leve sonrisa cansada se le levantó con torpeza -Digamos que ya no queda cera que derretir en esas velas de las que hablas. ¿Ya es tarde para decirte lo bonita que eres?
Las comisuras de ella imitaron el gesto de él. -Es tardísimo. Anda vamos a ir yendo que quiero cenar en casa,
-¿Me ofrecerás al menos una taza de café?
-Te prepararé tostadas y el sofá para dormir esta noche.
-¿Qué haría yo sin ti?
-Masturbarte pensando en mujeres como yo.
-El ansia del porvenir... va a hacer que me vuelva loco.
-Sé fuerte, Araña. Todo se andará.
Se pusieron a caminar.
Se pusieron a caminar.
-Algún día haré arder esta ciudad sólo para volver a ver un cielo encapotado. Aunque sea de humo. Esto lo dijo él, por supuesto.
-Te creo. Su condescendencia ya era indiscernible de su sarcasmo.
-¿Por qué no quedamos ese día y bebemos cerveza mientras vemos consumirse todo?
-Vale. Total, no tengo a nadie mejor con quien incinerarme viva.
-Me siento alagado.
-Más te vale, guapo.
Y besó la atolondrada barba de la mejilla en la que, acto seguido, se disparó el amanecer de una rezagada sonrisa en el fondo de la recámara de pistola suicida que tenía por corazón.
-Te creo. Su condescendencia ya era indiscernible de su sarcasmo.
-¿Por qué no quedamos ese día y bebemos cerveza mientras vemos consumirse todo?
-Vale. Total, no tengo a nadie mejor con quien incinerarme viva.
-Me siento alagado.
-Más te vale, guapo.
Y besó la atolondrada barba de la mejilla en la que, acto seguido, se disparó el amanecer de una rezagada sonrisa en el fondo de la recámara de pistola suicida que tenía por corazón.
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