Podríamos sentarnos ambos en duales sillas
nuestras, individualmente inmersos en sendos universos mentales. Decir en
idiomas indescifrables que nos compartimos sería la manera exacta de
explicarnos. Sentir esa especie de complicidad de tono ambiguo para recelar de
aquellos que nos llevamos a la cama. No es que nos queramos hacer los
incomprendidos, es que si pretendiésemos pensar en la lógica por la que se rige
el mundo significaría que estamos locos. Locos de remate.
Por eso no hace falta que nos lo digamos
todo o de qué manera. Repasa la conjugación de tus trescientos verbos
irregulares mientras yo me plancho mi camisa, por ejemplo. Mientras, dejamos
sonar alguna canción de Ben Howard que ni a ti ni a mi nos gusta demasiado pero
que por estar precisamente en ese tramo, tierra de nadie, nos une, nos acerca.
Nos acariciamos con nuestras miradas furtivas, con nuestras posteriores
sonrisas y con comentarios del tipo: "ya está hirviendo la cafetera"
o "qué frío ha hecho hoy" o "he perdido un calcetín negro. La
lavadora seguramente sea un monstruo fetichista de mis pies o algo".
Te llevas un bocado de chocolate negro a
la boca y justo cuando mi discreta observación me lleva a pensar que estás
concentrada en tus verbos, me preguntas si creo que estás gorda, más gorda, al
menos, que antes. Yo te respondo algo amable y tú sonríes. Lo cierto es que me
pareces más atractiva a cada día que pasa, que pasas en esta casa. Apuntas la
perdida de un calcetín porque intuyes que yo no lo tengo. Sabes, no obstante
que cada vez que tiras unas bragas a lavar, las rescato yo antes, me masturbo
hundiendo mi cara en ellas y las devuelvo a la bolsa de tela de la ropa sucia.
No me dices nada, y, cuando vuelven a estar limpias, te las pones sin reparo
porque tú también debes de sentir alguna clase de excitación con la idea de
vestir ropa en la que he eyaculado.
En este erotismo discreto articulamos nuestro deseo cotidiano. Yo por mi parte me paseo, con la inocencia de un niño que hace algo bueno porque sabe que su madre lo está mirando, en ropa interior cuando tienes exámenes o una semana especialmente dura. Observas quedamente mis lunares como una cosa mágica, como un universo tuyo particular. Somos cómplices en este silencio de la maldad que suponen nuestros actos, porque nos hemos convertido en seres accidentalmente apartados de la senda de lo correcto. Conscientes de que una palabra mal articulada significa desmoronar nuestro pequeño y particular castillo de naipes, nos hablamos en lenguaje cifrado construido con cuidado para que el bando yankee no descubra nuestros encantadores mensajes soviéticos. Ya nos ves, somos niños jugando a la guerra fría más tierna del universo.
Tú tienes un novio con futuro prometedor, muy fiel, qué duda cabe; confiado pero demasiado ocupado como para dedicarte todo el tiempo que él cree que mereces. Siempre se disculpa contigo simpática y torpemente. Él, pobre diablo, sin saberlo, lo está haciendo bien, necesitas verle el tiempo que lo ves, no te conviene coincidir más o lo aborrecerías pronto. Tú te sientes culpable por no amarle. Tú novio ama todo lo que en su vida tenga que ver contigo. Él y yo estamos en los polos opuestos de la galaxia. Tú, indecisa cierva, no tienes el don de la ubicuidad, ni el don de saber hasta que punto las cosas pasan por y dependen de nosotros. De momento te debates en una posición quieta entre ambos pero en algún momento un astro te atraerá con fuerza in-intencional acercándote a uno. Dejando al otro atrás. Eso pensaba.
Yo soy algo más golfo, no voy con nadie.
Soy un lobo estepario enamorado de un ser enajenado que observa al otro lado de
un espejo retrogradado al absurdo. Lo que más me gusta de ti es que lees a
Wilde y llevas camisetas de la princesa Mononoke. Comentaré también que rara
vez consigo acostarme con mujeres. Soy algo torpe con la gente, me temo, y
tampoco soy un tipo especialmente atractivo a si que tampoco comprendo muy bien
porqué te gusto. Quizá por algún insuperado complejo de Electra o porque me
dejo barba y tu novio no o porque yo se deletrear Beauvoir o porque me masturbo
con tu ropa interior.... El caso es que siento tu ser junto al mío en este
pequeño espacio de mundo que fortuitamente nos ha tocado compartir. Por eso no
me duele cuando tu novio te hace el amor. Sé que no estás hecha y completa
cuando sucede. Él también lo sabe y se escuda, qué le va a hacer si el pobre es
demasiado rico contigo... demasiado pobre sin ti. Tú lo complaces como mero
trámite. Él se escuda de sus sensatos temores hablando de un futuro juntos
donde criaréis a vuestros hijos en una bonita casa en un séptimo con ascensor.
Un futuro que a ti te aterra, porque quieres vivir por siempre conmigo, en tus
veintitrés a mi lado. Tenerme en la habitación copulativa adyacente y llamarme
con cuidado antes de las 9 de la mañana para avisarme que te vas a la
universidad, que comerás fuera, que luego has quedado para comprar un disco
para el cumpleaños de una amiga y que si necesito algo del centro. Yo te digo
que sí, que una bufanda, que empieza a hacer frío. Te doy quince euros y tu me
compras una preciosa, sobria pero juvenil. Sabes exactamente cual es mi estilo,
qué es lo que me gusta y lo que me sienta bien. Eres de ese tipo de mujer.
Luego yo te doy las gracias y un beso en la mejilla. No podrías vivir una vida
donde no quepan más de esos besos, sin hacerte cargo de pequeños recados míos.
No podrías vivir sin que yo pusiera a hervir tus cafeteras, sin que este tipo
medio raro te observe mientras estudias los verbos ingleses y sin un pervertido
de veinticinco, desempleado y romántico, corriéndose en tus bragas. No puedes,
mi pequeña flor con vagina.
Yo tampoco puedo, parásitos mutuos
encontramos nuestro ser en un siendo maravilloso.
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