La eterna agonía de un porqué sin respuesta...

jueves, 3 de diciembre de 2015

La necesidad es una apercepción magnífica.

La necesidad es todos nuestros ángeles de la guarda y toda nuestra buena suerte, nuestros errores y nuestras ocurrencias desafortunadas. Nada hay a la posibilidad inusitada. Nada queda para las opciones segundas o terceras, son todo malformaciones de un consciente un tanto inconsciente. No existe libertad alguna, solo respuestas a dudas delimitadas por la genial aparición de una historia que crea al humano que las toma. Las historias no son escritas por sus protagonistas. Las historias las escribe un tercero. Que crea la ilusión en su personaje, de estar él yendo al encuentro de un destino que él desea. Cuando no es sino el instrumento con el que se revela el cuento del que él lleva el argumento. Finalmente el protagonista sufre y llora, y sangra y se desploma y renuncia a Dios y se dice solo en un mundo hostil contra el que combate. Sin saber que el mundo, sus antagonistas son marionetas dominados por un mismo titiritero.

Sobre lo "en sí" no se podrá hablar a partir de ahora. Corramos un tupido velo, y reservemos la metafísica a los poetas que deseen divagar con palabras imprecisas de sugerentes teorías ciegas a los ojos inocentes. ¿quién o qué es inocente? Todos pervertidos por los fines de un tal tipo que sujeta un bolígrafo o un teclado. Todos anclados a lo que tal ente decida. Ese ente es la necesidad. No hay libre albedrío, solo la apariencia de elección. Yo, con mis principios, por mí elegidos, creo o inicio la acción que oportuna considero. Pero es la sociedad la que te inculca hasta el último pensamiento e ideología, los libros que has leído, las frases que te han inspirado, las personas y personajes que has visto nada es elegido, porqué el producto de todo ello debería de serlo. Sólo son casualidades cuya causa se basa en una fortuita aparición de acontecimientos desordenados, y el desorden es necesario. Hasta el acto revolucionario es convención social, necesidad histórica. Abandonarse al instinto, a los apetitos animales innatos. El placer y displacer animal ello ha de encontrarse para ser libres, pues sólo entonces actuaremos acordes a  nuestro núcleo vivo, a nuestra esencia propia que es el sexo, la guerra, la gula y la certeza de aproximación a un comportamiento, nuevamente... ¿adivinan? elíptico de libertades. La única libertad existe en el logro del reconocimiento de que no existe tal libertad porque de la nada nada viene y si del algo se produce el ser, tal estará necesariamente determinado y arraigado de forma indisociable a ese "ser algo" anterior que lo creo. No podemos ser ni volvernos la nada creadora de "el algo libre" porque el mismo deseo de serlo ya es metafísica cultural y la nada sólo nadea que diría Haidegger. La pregunta determinada de antemano por nuestra historia subjetiva es: ¿a quién conceder crédito? ¿a principios establecidos? Damos crédito con nuestro juicio educado de los méritos de la comunidad o por el contrario tratamos de escucharnos como los actores. Vociferamos oscuras canciones de vida de cuerpo de organismo biológico que responde a instintos feroces. Haciendo el mal para las masas sociales. ¿Cómo lo decidimos? ¿que es lo mejor o lo bueno, señor autor? ¿qué historia nos estás contando? ¿a dónde nos llevas? He aquí cuando llegamos al punto de que dará igual que papel juguemos, donde nos movamos, porque nuestra capacidad de ser es absoluta. Nuestro ser parte del apetito y de la historia nos hace seres con dos templos a los que rezar, dos jefes a los que rendir cuentas: la sociedad y nosotros mismos. ¿Qué es el bien hacer? ¿el hacer para mí sin mí? ¿o el hacer según mi aquí?

No existe el humano solo. Si existiera, tendría todas las respuestas que busca. Pero al estar unos con otros nos forzamos a la inestabilidad del fundamento vago. Porque el choque de perspectivas nos obliga recordar como un constante revolotear de un colibrí, que la razón es la verdad de mi solitario yo. Y en este egocentrismo solipsista desencantado de relativismo destructivo estamos además, obligados a lidiar con la atormentadora carga que representa el vivir acompañado.

Camus, mátanos a todos

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