La eterna agonía de un porqué sin respuesta...

domingo, 4 de noviembre de 2012

El orgullo de Eros

Jamás vio el cielo algo tan hermoso.
Cuentan que el viento llora desde entonces al recordar lo que vio pasar ante sus invisibles ojos.
Y es que un amor como el suyo superaba todo sentido de la mesura.

Era perezoso, algo tosco a veces pero nunca había visto unos ojos que la miraran con tanta dulzura como los suyos. Y es que era un estúpido, lo odiaba con toda su alma, lo odiaba y chillaba y se desesperaba hasta el llanto sobre su cama, porque lo amaba, más de lo que se le ha permitido amar a un mortal. ¿por qué sollozaba entre las sábanas? ¿Por qué esa mirada, esa sonrisa, esos comentarios que la hacían temblar sobre sus piernas, esa actitud...? No le soportaba, porque le amaba en demasía, como quien come dulces deliciosos se atraganta por llenarse demasiado la boca. El mero roce, no ya de su cuerpo, la ropa incluso provocaba el rubor de sus mejillas. Era paciente y romántico, por ella habría atravesado las puertas del averno, y haber sido capaz de volver. Por ella. Y eso le encantaba, le encantaba sentirse tan amada. Era sensible, sus abrazos cálidos y protectores, y sus labios... ella solo se sentía viva cuando coincidían con los suyos. Era engreído, algo misterioso, pero no lejano. Sin duda si existía un paraíso, éste tenía la fragancia de su bufanda. Y a solas, su corazón se derretía y se dejaba cautivar por su mirada, sus brazos, su aroma, la textura de su piel... Era tan mágico, se sentía volar, flotar sobre una nube, y aun así... era tan presuntuoso, la hacia enfadar con suma facilidad, y al instante, su interior ya estaba implorando por uno de sus besos. La trataba como una princesa, elevaba su corazón hasta el más lejano de los infinitos, Sus labios eran el recipiente de esa esencia que genera toda belleza. Sabía que tras un milenio dejándose amar por él, pediría, suplicaría por un milenio más.

Era algo presumida, impaciente, algo torpe y escandalosa. Sobre todo ruidosa, pero era su chica, no podía vivir sin ver su sonrisa, y sus ojos, sus gestos, su aura, sus manías. Era tan adorable, tan pequeña y delicada, pero a la vez tan fuerte y decidida. Le encantaba cuando se ruborizaba... era tan tierna... y cuando, por divertirse, la hacía enfadar... se mostraba tan engreída, con esa mirada de odio, y de amor, tan fogosa con sus pómulos hinchados. Esa energía en forma de mujer, tan bella, distraída y risueña. Era realmente molesta, siempre irrumpía en su descanso y desordenaba toda su paz interior causando un gran alboroto, y se sentía verdaderamente molesto porque el amor que sentía le inquietaba, le ocupaba las horas en su totalidad, se sentía incapaz de pensar en algo que no fuera su rostro, su sonrisa. Tan perfecta que no debía ser humana, el cosmos había creado la representación de todo lo hermoso y lo había enviado a que le amase. Adoraba cuando le miraba a los ojos, adoraba sus besos, tan suaves y delicados, tan tibios y llenos del inconfundible sabor a mujer enamorada. Se pasaba los segundos maldiciendo los centímetros de distancia entre ella y él, era todo cuanto amaba, era su sol, su luna, la fuente de su existencia, la razón de su ser. Su pelo era corto y blanco, siempre resplandeciente y con un aroma juvenil, le encantaba acariciarlo, sentirla cerca suyo. No le cabía duda, había nacido con el propósito de protegerla y amarla hasta el final de sus días. Le encantaba su espontaneidad y vitalidad, la forma en la que lo miraba a escondidas, la forma en la que clavaba sus ojos en los suyos, el tacto de su mano con la suya, la sutilidad de sus movimientos. Jamás se cansaría de decirle cuanto la amaba y cuanto la pensaba seguir amando.

Cuentan que Eros jamás se sintió tan orgulloso de una de sus obras.

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