Jamás vio el cielo algo tan hermoso.
Cuentan que el viento llora desde entonces
al recordar lo que vio pasar ante sus invisibles ojos.
Y es que un amor como el suyo superaba
todo sentido de la mesura.
Era perezoso, algo tosco a veces pero
nunca había visto unos ojos que la miraran con tanta dulzura como los suyos. Y
es que era un estúpido, lo odiaba con toda su alma, lo odiaba y chillaba y se
desesperaba hasta el llanto sobre su cama, porque lo amaba, más de lo que se le
ha permitido amar a un mortal. ¿por qué sollozaba entre las sábanas? ¿Por qué
esa mirada, esa sonrisa, esos comentarios que la hacían temblar sobre sus
piernas, esa actitud...? No le soportaba, porque le amaba en demasía, como
quien come dulces deliciosos se atraganta por llenarse demasiado la boca. El
mero roce, no ya de su cuerpo, la ropa incluso provocaba el rubor de sus
mejillas. Era paciente y romántico, por ella habría atravesado las puertas del
averno, y haber sido capaz de volver. Por ella. Y eso le encantaba, le
encantaba sentirse tan amada. Era sensible, sus abrazos cálidos y protectores,
y sus labios... ella solo se sentía viva cuando coincidían con los suyos. Era
engreído, algo misterioso, pero no lejano. Sin duda si existía un paraíso, éste
tenía la fragancia de su bufanda. Y a solas, su corazón se derretía y se dejaba
cautivar por su mirada, sus brazos, su aroma, la textura de su piel... Era tan
mágico, se sentía volar, flotar sobre una nube, y aun así... era tan
presuntuoso, la hacia enfadar con suma facilidad, y al instante, su interior ya
estaba implorando por uno de sus besos. La trataba como una princesa, elevaba
su corazón hasta el más lejano de los infinitos, Sus labios eran el recipiente
de esa esencia que genera toda belleza. Sabía que tras un milenio dejándose
amar por él, pediría, suplicaría por un milenio más.
Era algo presumida, impaciente, algo torpe
y escandalosa. Sobre todo ruidosa, pero era su chica, no podía vivir sin ver su
sonrisa, y sus ojos, sus gestos, su aura, sus manías. Era tan adorable, tan
pequeña y delicada, pero a la vez tan fuerte y decidida. Le encantaba cuando se
ruborizaba... era tan tierna... y cuando, por divertirse, la hacía enfadar...
se mostraba tan engreída, con esa mirada de odio, y de amor, tan fogosa con
sus pómulos hinchados. Esa energía en forma de mujer, tan bella,
distraída y risueña. Era realmente molesta, siempre irrumpía en su descanso y
desordenaba toda su paz interior causando un gran alboroto, y se sentía
verdaderamente molesto porque el amor que sentía le inquietaba, le ocupaba las
horas en su totalidad, se sentía incapaz de pensar en algo que no fuera su
rostro, su sonrisa. Tan perfecta que no debía ser humana, el cosmos había
creado la representación de todo lo hermoso y lo había enviado a que le amase.
Adoraba cuando le miraba a los ojos, adoraba sus besos, tan suaves y delicados,
tan tibios y llenos del inconfundible sabor a mujer enamorada. Se pasaba los
segundos maldiciendo los centímetros de distancia entre ella y él, era todo
cuanto amaba, era su sol, su luna, la fuente de su existencia, la razón de su
ser. Su pelo era corto y blanco, siempre resplandeciente y con un aroma
juvenil, le encantaba acariciarlo, sentirla cerca suyo. No le cabía duda, había
nacido con el propósito de protegerla y amarla hasta el final de sus días. Le
encantaba su espontaneidad y vitalidad, la forma en la que lo miraba a
escondidas, la forma en la que clavaba sus ojos en los suyos, el tacto de su
mano con la suya, la sutilidad de sus movimientos. Jamás se cansaría de decirle
cuanto la amaba y cuanto la pensaba seguir amando.
Cuentan que Eros jamás se sintió tan
orgulloso de una de sus obras.
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