La eterna agonía de un porqué sin respuesta...

lunes, 26 de noviembre de 2012

Sinceridad.

Arrastrando los calcetines sobre los tablones de madera. Deslizó la puerta a un lado y se arrodilló con la vista al frente y actitud calmada, tanto que en sus ojos no se veía ni un atisbo de la preocupación que, en verdad, sentía. Cogió su katana y la apoyó en el suelo junto a él.
Poco después llegó su padre y se arrodilló junto a él. Era ya una persona mayor aunque la edad lo había tratado bien. Tenía las facciones marcadas y un torso fuerte con grandes músculos.
Dejó caer un largo soplido al apoyar sobre sus rodillas su peso. Cogió su katana y la apoyo en el suelo junto a él.
El atardecer teñía de colores cálidos el cielo. Las flores de cerezo volaban con la brisa crepuscular. Su padre le arreglo el hombro izquierdo del kimono, que por costumbre llevaba sin cubrir. Era zurdo y mejoraba en el kendo si no llevaba vestido ese brazo.
Sabía bien que de un momento a otro el señor Sayuki aparecería junto con su hija en la habitación, y de este modo pasó unos instantes después.
Ella llevaba un kimono con estampados rosas y violetas. El mismo con el que había visto vestida a la señora Sayuki cuando apenas necesitaba dos manos para contar su edad, había pasado tanto desde entonces, habían crecido tanto, él y ella. Le parecía una completa extraña, sin embargo aun veía en su rostro a la niña que jugaba con él de niño.

Acabada la reunión de concierto matrimonial, él se dirigió a su cuarto, llamó un par de veces y entró. Estaba arrodillada, de espaldas a él, contemplando la puesta de sol. Él recorrió la habitación y se apoyo junto a la puerta abierta que daba al patio.
-¿Sigues quitándote la manga izquierda cuando entrenas? preguntó ella.
Él afirmó y la habitación quedó en silencio. -¿De verdad no tienes nada que decir a esto? conozco bien tu posición, tu lealtad y obediencia a tu padre son admirables, mas quisiera que...
Ella sonreía, y un par de lágrimas le brotaban de los ojos. -Está bien. Le interrumpió.
-No me amas no intentes negarlo, no quiero hacer de ti una desdichada.
-¿Acaso me amas tú?
-Bueno jamás he tenido una relación tan cercana con una mujer como la que tuve contigo de niños, no sé siquiera si alcanzo a comprender lo que es.
-Estará bien. Dijo mientras se levantaba y se acercaba a su lado. Te preocupas por mi felicidad eso dice ya mucho de los buenos sentimientos que tienes hacia mi. Yo fui educada para aprender a amar después del matrimonio. Sabré cuidar de ti. Le cogió de la mano. Y tú sabrás cuidar de mi.
-¿Eres del todo sincera?
-Yo tampoco quiero convertir nuestras vidas en un teatro. Sí soy sincera.

Y el ocaso se cernió sobre el abrazo


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