Descendió como buenamente pudo por aquella montaña que configuraban los cincuenta y un colchones que tenía por lecho. Algo estaba destrozándole la espalda aquella noche a la altura del abdomen, que le impedía conciliar el sueño. Buscó uno por uno bajo cada uno de los somieres, pero solamente consiguió hallar un guisante entre el primero y el segundo. Se encogió de hombros y con rápida e irracional resolución se lo comió. Volvió a acostarse y se dio cuenta de que el molesto dolor había desaparecido.
Valla, pensó, solo era un poco de hambre. Y durmió plácidamente el resto de la noche.
¡Que me aspen si eso no es una princesa!
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