En el mundo heleno no se había visto cosa tan preciosa como ella. Le cogí de la mano y corrimos hacia las cuadras. Allí cogimos dos caballos y galopamos hasta las primeras luces del alba. Nos tomó días bordear el mediterráneo. Cuando llegamos hasta Roma, ella me preguntó por qué, y yo respondí: por amor. Ella con los ojos vidriosos volvió a preguntarme por qué, y yo reiteré: porque sí.
Y al que me diga que no tenía una buena razón es un idiota.
Y al que me diga que no tenía una buena razón es un idiota.
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