La eterna agonía de un porqué sin respuesta...

viernes, 22 de noviembre de 2013

La roja debilidad

Había oscurecido hace poco y el bosque mostraba la más espeluznante de sus caras. Retorcidas formas formulaban árboles y todo tipo de plantas. El conejo que atravesaba uno de sus senderos se colocó el pañuelo que llevaba al cuello tiró de la cadenilla de su bolsillo y sacó su reloj. Debía apresurarse. Llegaba tarde.

-¡Alto! conejo. Ordenó una voz tras de él.

Tuvo que detenerse. Quedó complétamente inmóvil, de pies a cabeza. Sabía lo que él iba buscando, y la cosa empeoraba al saber bajo ordenes de quien actuaba. Su situación era muy incómoda, el sudor caía frío por su peludo hocico. Sus ojos negros escudriñaban el bosque oscuro en busca de alguna escapatoria. Pero nada tenía para librarse del cuchillo que tenía a escasos centímetros de la garganta.

-No te he oído acercarte. Respondió el conejo.

-Sí, he procurado engrasarme los engranajes. Sabes lo que quiero ¿verdad? He estado siguiéndote esperando a que oscureciera sólo para no complicar la situación. Sabes que nadie sale de noche a pasear por el bosque.

-No soy tan tonto como para llevar eso encima, a si que me necesitas vivo para decirte donde está.

-Si bueno soy un ser racional, no me gusta hacer daño, siempre y cuando no haya un motivo... y el no colaborar mucho me temo que lo va a ser. No puedo matarte es cierto... pero he oído que las patas de conejo dan buena suerte.... Dame tu cinto.

El conejo se desabrochó la hebilla de su cintura y su espada enfundada cayó al suelo.

-Ahora dime donde lo dejaste o tendré que llevarte ante la reina. Puedo no llevarte hasta ella, decir que llegaron en tu auxilio y tuve que escapar. No es un mal trato el que te propongo dadas tus circunstancias.

-El destino de todo este reino puede residir en esta conversación. Llévame ante tu reina de corazones, seguiré sin hablar.

-Lamento escuchar eso. Puso entonces una cuerda en sus manos. -Átate y no intentes engañarme, se cuando un nudo está mal hecho.

Se escuchó entonces un crujir de hojas y ramas procedente del bosque. Una fuerte ola de viento impactó de lleno contra el animal y la máquina. De nuevo crujir de hojas. -De prisa átate. Crujir de hojas. Del reloj que el conejo seguía sosteniendo en la mano sonó una breve música marcando las ocho. El bosque era espeso y retorcidas sus formas a si que no habría nadie capaz de darse cuenta de quien andaba entre el follaje, ni aunque el caminante tuviera, como era el caso, dificultad para hacerlo. Ajustó su rifle al hombro.

-Deja al conejo, hojalata. Ordenó la oscuridad.

-¿Quién eres? muéstrate. La luna salió entonces del follaje iluminando el alto sombrero y parte de la cara del pistolero.

-Señor soldado de plomo... En ese instante el conejo cogió una pasta de su bolsillo y antes de que el hombre de hojalata pudiera impedirlo se la comió, comprimiendo su tamaño y huyendo velozmente junto al soldado. Hojalata, por el apego que cualquier criatura tiene a su vida, no se movió. -Sabéis que la reina va tras ese libro y que no se detendrá sólo porque haya fallado esta vez. Puedo no mencionar tu aparición soldado, si me dices donde está. La reina no tiene ningún interés en ti. Me gustaría indultar también al conejo pero eso ya se escapa de mi poder.

-Eres sincero al menos. Pero podre vivir huyendo de esa bruja.

-¡Oh! no pongo en duda tu valor, sin duda tu hombría podría soportar tal persecución, pero no serías sólo tú, la reina es capaz de cualquier cosa, ya sabes.... Estoy seguro de que tú si puedes soportar cualquier carga pero... ¿ella podrá?





...




-Bastardo...



 
Uno siempre trata de ser un caballero, pero en el amor y en la guerra... todo vale, y hay umbrales que a uno no le queda más remedio que atravesar.

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