Las mejores historias son las que no acaban bien, son las únicas que hacen sentirte afortunado.
Me desperté ese día y ella no dormía a mi lado.
Me levanté lentamente de la cama y no estaba su ropa entre la mía.
Me fui a mojar la cara y ella no se cepillaba los dientes junto a mí.
Llegué a la cocina a prepararme el desayuno y tampoco la encontré allí bebiendo café mientras miraba por la ventana.
Fui a ducharme y no tuve que esperar a que ella acabara primero.
Volví a mi habitación a vestirme pero ella no seguía durmiendo en la cama.
Que solos estamos ¿eh Penélope? Dije a mi araña que tejía su tela en el quicio de mi ventana. Ella no me escuchaba. Pasaba de mí, ella solo tejía incansable y el frío de la noche y la brisa, día tras día, destrozaban su trabajo, pero ella volvía. ¿Por qué vuelves Penélope? ¿Cómo eres tan fuerte?
Y un día más salgo a vivir una vida con la que no comulgo. Pero en fin... Esto es lo que soy, nunca dije que aquí debiera ser fuerte. Y sigo noqueado en mitad del ring. Estoy apático, no quiero nada.
Sé que esto no durará para siempre, que alguna vez llegará otra princesa. Pero ahora mismo, no quiero eso, solo te quiero a ti como princesa, quiero hundirme en la nieve y morir pensando -o soñando- con tu rostro. Eso es todo cuanto le pido a la vida.
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