La eterna agonía de un porqué sin respuesta...

sábado, 13 de septiembre de 2014

El amor como forma trágica de entender el mundo

A lo largo del recorrido de nuestra cultura, diversos personajes influyentes han querido expresar de forma escrita diversos modos, desde su juicioso raciocinio, en que se deben afrontar el complicado conflicto del vivir. Se ha querido buscar en la intelectualidad nuestra ascendencia divina con el fin de auto-convencernos de que la concordia y la ley puede regir las relaciones sociales.

En el ámbito académico se ha entendido que ha lo largo de la historia no se ha desarrollado una evolución sonada de los conflictos más básicos que ocuparon nuestro pensamiento.... Pero desde que empezamos a pensar en la cuestión de la voluntad, la libertad, la justicia, el conflicto hay un punto central en base al cual hemos articulado nuestra esencia humana: la convivencia. Nadie refuta la idea de que la sociedad es la mejor de las formas posibles de situarnos en el mundo como ser humano. Y como ser humano necesitamos del otro como componente indispensable para dar sentido a un yo y partiendo de esta base, decimos: "Aun desdichado e infecto de inhibiciones deseo morir en una comunidad que me quiere y necesita". No indagaré ni en la necesidad básica inherente a la persona que busca en el otro una afirmación por contraste de sí mismo, ni en teorías contractualistas o mitos prometeicos que poco vienen al caso, hasta ahora sólo planteo la necesariedad y aceptabilidad de que goza el modelo social en la conciencia humana.

De modo que aquí reside el horizonte de convivencia. La sociedad no se plantea porque es el principio básico para desarrollar nuestra propia existencia. Si no deseas la sociedad estás en condición de no ser comprendido como ser humano. Aun vertientes catastrofistas o pesimistas que afirman que la sociedad tiende hacia la negación de nuestra humanidad y es el escenario rey de la discordia, lo terrible y es cuna de toda maldad; no plantean la sociedad como un hecho contingente que ha acaecido por pura casualidad fatal. Lo insondable de nuestra condición, ha sido la búsqueda de la relación social, para bien o para mal, tanto si ello implica el arder del mundo, somos y nos entendemos en comunidad.

No pretendo ahora indagar sobre el origen psicológico-moral de esta inevitabilidad, lo que está claro es que a partir de estas relaciones surge la historia, la gran obra o gran despropósito de Dios. Con un desarrollo trepidante y un nada predecible desenlace. Una historia plagada de avances y retrocesos, discordias y concordias entre pueblos, países y colectivos. Siempre se creyó que con el florecer de la razón, las disputas serían reemplazadas por un proyecto colectivo de paz y justicia. Pero aquella revolución tan floreciente de la reforma protestante, la revolución cultural del renacimiento y el humanismo y el movimiento político ilustrado hace tiempo que fracasó estrepitosamente. El Leviatán siguió ahí, solo cambió las manos que lo invocaban y la historia se volvió en una lucha de voluntades, colectivos se unían para defender su postura de bienestar. La política que estaba para contentar a todos se volvió una guerra de trincheras, un toma y daca entre masas, capitales, iglesias, minorías emancipatorias..., y la propia afirmación personal nacía de la militancia en un bandos. Cada vez que un movimiento alcanzaba el poder su gestión resultaba fracasar y nadie de entre estos primigenios hijos de Dios parecía tener respuesta a la complicada cuestión del vivir. De hecho ¿alguna ve hemos estado más perdidos que hoy?

Hace tiempo yo mismo creí en una sociedad donde las injusticias fueran sometidas bajo el yugo de una recta justicia y un debido cumplimiento eficaz de todos los derechos de que por fin gozarían toda persona y animal. Pero viendo la fragilidad con la que los principios y los valores se corrompen y se consumen en una ceniza rancia de conformismo y falta de fe he comprendido que nada puro y perfecto puede salir de un ser no puro e imperfecto. Por eso he dejado de creer en la revolución y el cambió como forma de alcanzar la perfección, quizá como medio de alcanzar algo mejor sí, ¿Pero mejor para quién y hasta cuando?

¿El mundo arderá por acción y causa humana? Es una pregunta a la que sencillamente no puedo responder, no creo que nadie pueda. Pero aunque espere cosas buenas de esta sociedad, lo que se construya por algún lado en forma de derecho o reconocimiento decrecerá por otro en forma de carencia o retroceso. Supongo que todo seguirá en perpetuo cambio pero persistirá la dualidad, nada sera ni insoportable ni idílico, sólo habrá un insignificante insecto llamado ser humano que irá tapando agujeros en la quilla de su propio barco mientras unos nuevos van apareciendo, un barco a la deriva, y sin rumbo fijo, que ni se hunde ni flota del todo. Y ninguna revolución cambiará el curso de este vaivén loco y desenfrenado, por muy sensato y cabal que sea la fuerza revolucionaria, el ser humano lleva la sangre infecta con la incapacidad de alcanzar aquellos ideales que es capaz de imaginar. A modo de tragedia griega el ser humano se topa con un destino que está por encima de su elección y no es sino víctima de lo que le acontece. De forma más o menos consciente, él ser humano es sin posibilidad de indulto, responsable de cuanto le ocurre. Lo trágico en el hombre no es que le suceden cosas malas por azar aciago, sino que es por sus semejantes que le pasan cosas buenas, y es por sus semejantes que corre infausta suerte, y aun así el hombre, desea al otro. El hombre nunca tira por la borda a aquel que sostiene la antorcha que puede hacer arder el mundo, temeroso de mirarse algún día las manos y descubrirlas engullidas por las llamas. Pues ¿qué niño nace deseando causar dolor? Ninguno, pero por alguna razón el ser humano ha llevado a la sociedad a devastar y la sociedad a su vez nos hace partícipes, piezas de su engranaje mecánico. Sociedad, máquina de devastación y progreso, y siempre, siempre, siempre, la preferimos.

"Es por eso que yo no creo en la revolución. Yo solo creo en el amor."

Con esta perspectiva del mundo, la siguiente cuestión es inmediata. En una sociedad que se estanca sin remedio en un compendio de errores y virtudes. ¿Dónde me sitúo yo? ¿Dónde encontrar sentido? ¿Qué hacer?...

Amar. El ser humano ama, hasta Schopenhauer aunque le costara admitirlo. El amor del que yo hablo consiste en centrar la atención, el mimo, el cuidado, la preocupación, el tiempo y el esfuerzo a aquel objeto de amor. Hay quien verá en esto un conformismo insultante casi, una posición egoísta, interesada, individualista, conformista; habrá a quien mi posición le parezca tóxica y dañina a nivel social y cultural. No trataré de pensar una defensa para tales acusaciones, lo mejor será aceptar que son legítimas y aceptables y animo fervientemente a mis retractores a seguir enfrentando mi condición pesimista.... No es que no me preocupe mi situación, es simplemente que nunca he sentido este barco como mío, ni parte indispensable de su tripulación. Me he sentido siempre dentro de una burbuja permeable que me impedía tocar el mundo y sentirlo mio. Detrás de mi cinismo hay un fuerte sentimiento de orfandad por parte de un mundo que nunca me reconoció legítimo. Por ello pues mi posición en el mundo es amar y dedicar mi tiempo a las cosas que amo, evitando aquellas que no me inspiran ningún interés ni preocupación. Esto es centrarse y disfrutar egoístamente de lo que tenemos, nutrirse con la delicia de los placeres intelectuales y gozar desmesuradamente de los pasionales hasta morir de vicio. Es en el amor y el estudio de las bellas artes representativas e intelectuales donde he encontrado un refugio, un camarote personal donde verdaderamente me siento realizado.

Por supuesto este modelo de vida no es apto para todos, también otros tendrán ideas más positivas o negativas sobre lo que significa e implica la sociedad, esta es sólo mi percepción parcial y temporal del mundo, más o menos acertada, lo que está claro es que es plausible. Además...

"la sociedad necesita de idiotas que se crean esa ingenua floritura poética comunista para que el mundo siga girando hacia ninguna -quizá alguna- parte que no me importa. Sólo digo que en mi camarote que no pregunten, que no perderé ni apetito ni sueño si a este desmesurado compendio de despropósitos le da por derrumbarse ahora"

Araña.

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