Llegué a casa, cerré la puerta de un
portazo y caminé dando tumbos por el pasillo, hecho mierda. Abrí la puerta de
mi cuarto, chirrió, condenada puerta... dejé caer un fajo de folios que llevaba
en mis manos sobre mi escritorio, un bolígrafo calló por efecto dominó, lo dejé
en suelo. Tiré mi maletín, casi vacío, al suelo, junto al escritorio.
Retomé mi marcha hasta la
cocina-comedor-salón. Entré y todo se desordenó, mi cocinero particular y amigo
desde hacia años, desatendió su labor culinaria para dedicarme una breve
mirada. Bostecé y me eché en el sofá donde ella leía.
Recosté mi cabeza sobre sus muslos, estaba
leyendo algo, Rousseau me pareció que ponía al encabezado de la página por la
que iba.
Su cabello moreno caía liso sobre su
busto, cubierto por su chaqueta negra y verde, aquella que llevaba el día que
la conocí, aquella que llevaba el día que me enamoré de ella.
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