Desde la penumbra anonadada
Pendía el hilo de sus piernas
Apoyada en el hipotético pilar
se erguía su columna sublime
Tan curva y pura
puramente femenina
sus facciones delicadas
parecía que rezaban
a una cruenta amargura
Desechó el vestido negro
como quien descarta un dos de picas
su belleza, intacta
parecía que llovía
Golpeaba encarecida
la lluvia sobre el tejado
y apenas, justo al lado
gente hablaba de poesía
Más hablamos nosotros de ella
y no emitimos sonido alguno
deje mi libro sobre la mesa
y, cual nata y fresa,
nos volvimos, los dos, uno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario