La eterna agonía de un porqué sin respuesta...

jueves, 24 de octubre de 2013

Alcohol y revolución

La tarde transcurría con alguna tensión, propia de los momentos importantes como el que se adivinaba que sucedería esa misma tarde.
-¿Vas a salir? me preguntó mi borracho amigo Marco mientras manipulaba un canuto de marihuana.

Sin despegar los ojos de la pantalla del ordenador contesté. "No sé" creo que dije. No estaba interesado, era la típica persona que proclama a los cuatro vientos lo harto que está del mundo pero se limita a quedarse en su casa cuando las calles lo invitan al baile de la revolución. Ese era yo, egoísta y desencantado de la vida, peor que un perro si consideramos que no llegaba ni a la treintena. Un hipócrita, un bohemio, un filibustero de oportunidades con las que llenarse el buche y emborracharse. Aprendiz de todo y maestro de nada. 
En la habitación, el aire fue comido por el humo y me embriagué del olor onírico de la hierba recién fumada.
En la calle se oían tambores. Mi cabeza giraba en un carrusel de sueño y realidades difusas. Devolví el canuto a Marco. Le habría dado cinco o seis chupadas. Bajé a la calle a airearme y un ruido atronador me hizo perder el equilibrio. Desde el suelo, justo delante de mi casa un hombre me tendió la mano para ayudarme, sus ojos preguntaron a los míos si me encontraba bien, y su rojez debió contestar que solo estaba drogado. Una vez estuve en pie, él continuó la marcha de la gente que marchaba en grupos irregulares por toda la avenida en alguna dirección que desconocía. Había mucho polvo, o eso me pareció, la multitud daba mucho calor y empecé a empapar la camisa. me quité la chaqueta aunque era un mes frío y la deje sobre los buzones en el rellano de mi casa, la chaqueta era tan mala que dudaba que alguno de mis vecinos se rebajara tanto como para robarla. Volví de nuevo a la calle tras cerrar la puerta. Y una chica me salio al paso. Llevaba una camisa a cuadros sobre una camiseta muy escotada, no pude desviar la vista de sus pechos mientras le preguntaba a donde se dirigía la gente. Entonces la miré a los ojos, noté que lloraba con ellos, no sabía porque, supongo que algo le debía de haber ocurrido, ella tendría una vida al igual que yo tenía la mía no podía esperar comprender lo que sucedía sin saber nada de ella. Me cogió de la muñeca y me arrastró con la multitud. Noté que no dejaba de llorar. Sentía lástima por ella. Todo se volvía caos, los ruidos se hacían más fuertes cada vez, había banderas rojas cada tres o cuatro personas, no veía casi nada y me eché a reír a carcajadas, no tenía ningún motivo pero reía, de forma espantosa y ahogada reía sin parar. Tropecé con un contenedor y caí sobre la chica que aun me llevaba como si fuera un niño, reí aun más fuerte y con una mano empecé a tocarle un pecho hasta sacarlo de su ropa. La chica reaccionó escondiéndolo y me abofeteó. Se levanto, me levanto, yo simulaba seriedad aunque apenas pudiera contener la risa, la chica se había secado las lágrimas y continuaba guiándome como a un perrito perdido, yo ardía en deseos de besarla. Había fuego en una calle. se había quemado un portal la gente pedía ayuda y otros les auxiliaban, nosotros pasamos de largo, sólo mire hacia allí hasta que giramos por otra calle y no vi más. Todo era una marabunta de gente que corrían gritando libertad. Entramos en una calle ancha y me empujo contra un grupo de personas, estos me recibieron de la mejor de las maneras, me abrazaron y estrecharon mi mano, era un grupo muy grande, de comunistas o algún grupo similar, no me importó, estaba muy a gusto y los pechos de la joven me habían gustado a si que decidí continuar con ellos.
Sonidos de tambores y ruido, notaba que me iba despertando, fuertes olas de viento golpearon mi cabeza, el sudor de mi camisa me congeló todos los huesos.
justo entonces llegamos a una gran plaza donde una nube de personas eclipsaba el suelo que pisaban, habían infinitud de cabezas, cada una vociferando una canción de libertad, Un montón de vidas distintas habían convergido en aquel preciso lugar para una misma cosa, la insurrección me habría los brazos con aquella imagen, y tenia el aspecto de la más hermosa mujer desnuda, no intenté disimular y me uní a esa orgía de desobediencia civil que se abría en las calles. Una voz insonora nos llamaba a cada uno de los presentes. Cogí una bandera roja del suelo y me la eché a mi cuello que pedía a gritos abrigo por el frío al que le estaba sometiendo, el sol casi no alumbraba ya y el aire se había vuelto más feroz desde que salí de casa. Me senté en un escalón de la calle y una mujer con el pecho desnudo y una máscara de V de vendetta de miró. Yo sonreí mirándole los pechos. Ella se acercó y antes de que pudiese decirle una palabra amable, levantó su máscara hasta su nariz e irrumpió en mis labios con el más feroz y excitante de los besos. Se separó de mi y continúo su marcha reivindicatoria. Ese día había más arte en las calles de la que había visto en toda mi vida. entré entonces al bar más cercano a calentarme la garganta con algo alcohólico. Me senté frente a la barra y pedí un trago de absenta. Me lo sirvieron de inmediato, el bar estaba lleno, grupos de gente se reunían para escuchar a éste o aquel profesor de facultad marxista que les hablaba de ideales puros. La conmoción de la calle golpeaba las ventanas y las paredes con su estrépito, a nadie le pasaba desapercibida la marcha. No había terminado mi trago cuando alguien me tocó la espalda. Se trataba de Marcus. Me sorprendió haber dado con él.
-¿Cuándo has llegado? pregunté. Debido a la multitud no me extrañaba que hubiese llegado a ese sitio pero si que hubiese salido a la calle. Cuando lo dejé en casa parecía un deshecho, y ahora hasta parecía sobrio.
-Hace... Hizo una mueca pensativa -...mucho calor ¿no?
Me equivocaba con eso de que estaba sobrio. No me importaba tampoco cuando había llegado a si que tampoco insistí. Marcus colocó en mi mano mi cartera, me la había dejado olvidada en casa. Me subió la absenta y le di un fogoso abrazo de gratitud. Dejé unas monedas sobre la mesa, lo que me pareció más o menos el precio justo por el trago, con una propina por si me quedaba corto. Volvimos a la calle y al salir por la puerta tropecé con un hombre grande que casi me hizo caer a mi y a mi amigo que salía detrás. Me cogió de mi improvisada bufanda para no dejarme caer. Se disculpó sin mirarme mientras se abalanzó contra uno de los grupos, aparentemente para decir algo. Otra vida más que pasaba por mi lado y no comprendía. Lo que si comprendí fueron los gritos de una persona que entró gritando "La guardia nos ataca, los policías están atacando".
Maldije entonces el momento en que decidí tomarme un trago justo antes de que empezara una confrontación.
El caos se hizo mucho más grande ahora se escuchaban gritos de horror en la calle, los tambores ahora eran fogonazos. Velozmente entró un a persona vestida de arlequín a la cual no pude identificarle el sexo. Llevaba un gran paquete en la espalda oculto con una tela, se acercó al grupo más numeroso que le recibió amistosamente. Del envoltorio sobresalió lo que pude identificar como el cañón de un arma de fuego. Marco tiró de mi y salimos de ahí. Un camión con banderas revolucionarias arrancaba entonces avanzando lentamente entre la multitud. Parecía que el arlequín había salido de ahí. No lo sabía con seguridad, pero era un palpito de borracho que si resultaba ser cierto significaría que estaban armando a los revolucionarios y que las cosas se ponían peligrosas.

Aquella situación me parecía tan surrealista, desde que había salido de casa todo había acontecido de forma tan extraña que no pude hacer sino echarme a reír de nuevo de forma desenfrenada. Marcus me dio una bofetada, ya era la segunda que me daban, el alcohol ese día sólo me había traído bofetadas. Echamos a correr en dirección opuesta a la plaza. En las calles, unos minutos habían bastado para llenarlas de la arquitectura popular más hermosa, las barricadas.

Continuará... quizás...

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