La belleza marchante
andante con la hermosura
de un ciervo ¡elegante!
la única a tal altura.
Y nuestros ojos
abrasantes del tiempo
no fueron hechos
sino para quemarse entre ellos
para fundirse como cielo y mar
para leerse y narrarse
el amor que suspiran
Y nuestras manos
escultoras de belleza
no fueron hechas
sino para tocarse y sentirse
y trémulas entrelazarse
como rama y roca
y, siendo ellas
volverse las dos, una sola.
Y nuestros labios
vocales del sueño
no fueron hechos
sino para serenar el estruendo
del tedioso mundo terrenal.
Nuestras bocas, sin mal
como sirenas se tientan
a caer en ellas
y nosotros hijos de la dulzura
caemos, y en el beso
se unen arena y olas.
El universo enciende su silencio
y detiene el viento su paso.
En el sueño se para el tiempo
y nosotros, compañeros de la pluma
sin prisa, con roce sincero
sin prisa, con roce sincero
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