Corría, corría desesperadamente a ninguna parte. Aquellas palabras
que habían pronunciado hace un par de momentos aquellos demiúrgicos intentos de
docentes me sacaban de quicio. ¿Qué sabrían ellos? ¿Qué sabrían mis padres?
¿Qué diantre se creía toda la puta sociedad que sabía de mi, de lo que quería
ser? Solo corría y pronto quedé exhausto, sin poder respirar bien, con la boca
sin una gota de saliva. Ni tan siquiera podía tragar.
Me apoyé sobre una pared con el brazo en
la cara, creo que lloraba. Disipé mis lágrimas con la manga. No iba a llorar,
ya prometí una vez que no lo haría más, y no volvería atrás en mis palabras. Me
prometí ser fiel a mis principios, ser fuerte, enfrentar mis problemas
cualquiera que ellos fueran. Me sentía tan profundamente solo, sin nadie en el
mundo que me comprendiera salvo yo mismo. Me senté en el suelo sin tener ni
idea de que sería de mi o de mi futuro. Tan solo quería llorar en ese momento
pero me forcé a no hacerlo. Sólo no quería ser un autómata el resto de mi vida.
Tan solo quería volar, se ve que eso es locura en este mundo de homicida
monotonía.
Era un día frío, no recuerdo el mes, pero
hacía un frío espantoso y yo iba poco abrigado. El aire bateaba mi cara. Mi
pelo largo se movía con él. Cerré los ojos e imaginé que me separaban
kilómetros del suelo. Un hombre sin patria, ni cuentas que rendir. Abrí los
ojos de nuevo y en mi frío y desesperanza la vi. Con una sonrisa brillante, con
el pelo largo y negro como el espacio que separa los astros nocturnos. Me
abrazaba con infinita ternura, y su contacto me decía que no estaba solo, ni
tampoco loco. Mía. Y en ese momento todo convergió en una sola creencia, una
revelación, yo... iba a convertir el norte en sur. Por ella, por mi, yo iba a
cambiar esta estúpida sociedad.

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