El grifo goteaba. Una gota caía... luego otra... y chocaban contra el mármol del lavabo. Ese choque resonaba en su tímpano de forma atronadora. Bajó entonces de su ancha nariz una gota de agua. Tenía toda la cara mojada. la gota cayó junto a su anterior compañera y juntas emprendieron el viaje hasta las cañerías. Le esperaban afuera. Aun no era el tiempo de salir pero una multitud clamorosa le esperaba. Es una cuestión de orgullo y esfuerzo.
Otra gota cayó del grifo. Volvió a resonar en su tímpano, como lo hace un directo en mitad de la cara. Alzó la vista del frío mármol para mirar su rostro en el espejo. una luz fría le iluminó parcialmente la cara. Cayó una gota de uno de sus cortos mechones de pelo. Y de nuevo hacia el desagüe. Los guantes colgados a su cuello le pesaban kilos y kilos. Todo era cuestión de superación, de resistencia, fortaleza mental y física. Precisión y dinamismo. Todo era cuestión de no venirse abajo.
Sus rasgos se marcaban muy profundos con aquella luz. Parecía que había envejecido veinte años. La barba le salía muy puntiaguda y le molestó en las manos cuando se tapo la cara para relajarse y concentrarse. La luz brillaba muy lánguida, el sitio resultaba tenebroso con aquella luz que le enfocaba. Un escalofrío recorrió su espalda junto con una gota de sudor. El enfrentarte a un destino incierto es terrorífico. Pero ese no era su caso, su rival no dejaba abierta la posibilidad de victoria. Y cuando te enfrentas a un irremediable destino de perdición no sientes nervios o temor. Lo que sientes en ese momento no puede ser descrito por el ser humano. Cuando el monstruo al que te enfrentas es más grande que tú, no te quedan corazón que sienta cosa alguna. Golpear como gota de agua un mármol indestructible, y después caer sin remedio a la oscuridad de las tuberías. Cuando un ser humano comprende su frágil condición. No hay músculos, ni mortal entrenamiento que supla la debilidad que nos define.
Otra gota cayó del grifo. Volvió a resonar en su tímpano, como lo hace un directo en mitad de la cara. Alzó la vista del frío mármol para mirar su rostro en el espejo. una luz fría le iluminó parcialmente la cara. Cayó una gota de uno de sus cortos mechones de pelo. Y de nuevo hacia el desagüe. Los guantes colgados a su cuello le pesaban kilos y kilos. Todo era cuestión de superación, de resistencia, fortaleza mental y física. Precisión y dinamismo. Todo era cuestión de no venirse abajo.
Sus rasgos se marcaban muy profundos con aquella luz. Parecía que había envejecido veinte años. La barba le salía muy puntiaguda y le molestó en las manos cuando se tapo la cara para relajarse y concentrarse. La luz brillaba muy lánguida, el sitio resultaba tenebroso con aquella luz que le enfocaba. Un escalofrío recorrió su espalda junto con una gota de sudor. El enfrentarte a un destino incierto es terrorífico. Pero ese no era su caso, su rival no dejaba abierta la posibilidad de victoria. Y cuando te enfrentas a un irremediable destino de perdición no sientes nervios o temor. Lo que sientes en ese momento no puede ser descrito por el ser humano. Cuando el monstruo al que te enfrentas es más grande que tú, no te quedan corazón que sienta cosa alguna. Golpear como gota de agua un mármol indestructible, y después caer sin remedio a la oscuridad de las tuberías. Cuando un ser humano comprende su frágil condición. No hay músculos, ni mortal entrenamiento que supla la debilidad que nos define.
Cuando un hombre anhela o pretende, sólo se está comportando como un necio.

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