La tarde transcurría con alguna tensión, propia
de los momentos importantes como el que se adivinaba que sucedería esa misma
tarde.
-¿Vas a salir? me preguntó mi borracho amigo
Marco mientras manipulaba un canuto de marihuana.
Sin despegar los ojos de la pantalla del
ordenador contesté. "No sé" creo que dije. No estaba interesado, era
la típica persona que proclama a los cuatro vientos lo harto que está del mundo
pero se limita a quedarse en su casa cuando las calles lo invitan al baile de
la revolución. Ese era yo, egoísta y desencantado de la vida, peor que un perro
si consideramos que no llegaba ni a la treintena. Un hipócrita, un bohemio, un
filibustero de oportunidades con las que llenarse el buche y emborracharse.
Aprendiz de todo y maestro de nada.
En la habitación, el aire fue comido por el humo
y me embriagué del olor onírico de la hierba recién fumada.
En la calle se oían tambores. Mi cabeza giraba en
un carrusel de sueño y realidades difusas. Devolví el canuto a Marco. Le habría
dado cinco o seis chupadas. Bajé a la calle a airearme y un ruido atronador me
hizo perder el equilibrio. Desde el suelo, justo delante de mi casa un hombre
me tendió la mano para ayudarme, sus ojos preguntaron a los míos si me
encontraba bien, y su rojez debió contestar que solo estaba drogado. Una vez
estuve en pie, él continuó la marcha de la gente que marchaba en grupos
irregulares por toda la avenida en alguna dirección que desconocía. Había mucho
polvo, o eso me pareció, la multitud daba mucho calor y empecé a empapar la
camisa. me quité la chaqueta aunque era un mes frío y la deje sobre los buzones
en el rellano de mi casa, la chaqueta era tan mala que dudaba que alguno de mis
vecinos se rebajara tanto como para robarla. Volví de nuevo a la calle tras
cerrar la puerta. Y una chica me salio al paso. Llevaba una camisa a cuadros
sobre una camiseta muy escotada, no pude desviar la vista de sus pechos
mientras le preguntaba a donde se dirigía la gente. Entonces la miré a los
ojos, noté que lloraba con ellos, no sabía porque, supongo que algo le debía de
haber ocurrido, ella tendría una vida al igual que yo tenía la mía no podía
esperar comprender lo que sucedía sin saber nada de ella. Me cogió de la muñeca
y me arrastró con la multitud. Noté que no dejaba de llorar. Sentía lástima por
ella. Todo se volvía caos, los ruidos se hacían más fuertes cada vez, había
banderas rojas cada tres o cuatro personas, no veía casi nada y me eché a reír
a carcajadas, no tenía ningún motivo pero reía, de forma espantosa y ahogada
reía sin parar. Tropecé con un contenedor y caí sobre la chica que aun me
llevaba como si fuera un niño, reí aun más fuerte y con una mano empecé a
tocarle un pecho hasta sacarlo de su ropa. La chica reaccionó escondiéndolo y
me abofeteó. Se levanto, me levanto, yo simulaba seriedad aunque apenas pudiera
contener la risa, la chica se había secado las lágrimas y continuaba guiándome
como a un perrito perdido, yo ardía en deseos de besarla. Había fuego en una
calle. se había quemado un portal la gente pedía ayuda y otros les auxiliaban,
nosotros pasamos de largo, sólo mire hacia allí hasta que giramos por otra
calle y no vi más. Todo era una marabunta de gente que corrían gritando
libertad. Entramos en una calle ancha y me empujo contra un grupo de personas,
estos me recibieron de la mejor de las maneras, me abrazaron y estrecharon mi
mano, era un grupo muy grande, de comunistas o algún grupo similar, no me
importó, estaba muy a gusto y los pechos de la joven me habían gustado a si que
decidí continuar con ellos.
Sonidos de tambores y ruido, notaba que me iba
despertando, fuertes olas de viento golpearon mi cabeza, el sudor de mi camisa
me congeló todos los huesos.
justo entonces llegamos a una gran plaza donde
una nube de personas eclipsaba el suelo que pisaban, habían infinitud de
cabezas, cada una vociferando una canción de libertad, Un montón de vidas
distintas habían convergido en aquel preciso lugar para una misma cosa, la
insurrección me habría los brazos con aquella imagen, y tenia el aspecto de la
más hermosa mujer desnuda, no intenté disimular y me uní a esa orgía de
desobediencia civil que se abría en las calles. Una voz insonora nos llamaba a
cada uno de los presentes. Cogí una bandera roja del suelo y me la eché a mi
cuello que pedía a gritos abrigo por el frío al que le estaba sometiendo, el
sol casi no alumbraba ya y el aire se había vuelto más feroz desde que salí de
casa. Me senté en un escalón de la calle y una mujer con el pecho desnudo y una
máscara de V de vendetta de miró. Yo sonreí mirándole los pechos. Ella se
acercó y antes de que pudiese decirle una palabra amable, levantó su máscara
hasta su nariz e irrumpió en mis labios con el más feroz y excitante de los
besos. Se separó de mi y continúo su marcha reivindicatoria. Ese día había más
arte en las calles de la que había visto en toda mi vida. entré entonces al bar
más cercano a calentarme la garganta con algo alcohólico. Me senté frente a la
barra y pedí un trago de absenta. Me lo sirvieron de inmediato, el bar estaba
lleno, grupos de gente se reunían para escuchar a éste o aquel profesor de
facultad marxista que les hablaba de ideales puros. La conmoción de la calle
golpeaba las ventanas y las paredes con su estrépito, a nadie le pasaba
desapercibida la marcha. No había terminado mi trago cuando alguien me tocó la
espalda. Se trataba de Marcus. Me sorprendió haber dado con él.
-¿Cuándo has llegado? pregunté. Debido a la
multitud no me extrañaba que hubiese llegado a ese sitio pero si que hubiese
salido a la calle. Cuando lo dejé en casa parecía un deshecho, y ahora hasta
parecía sobrio.
-Hace... Hizo una mueca pensativa -...mucho calor
¿no?
Me equivocaba con eso de que estaba sobrio. No me
importaba tampoco cuando había llegado a si que tampoco insistí. Marcus colocó
en mi mano mi cartera, me la había dejado olvidada en casa. Me subió la absenta
y le di un fogoso abrazo de gratitud. Dejé unas monedas sobre la mesa, lo que
me pareció más o menos el precio justo por el trago, con una propina por si me
quedaba corto. Volvimos a la calle y al salir por la puerta tropecé con un
hombre grande que casi me hizo caer a mi y a mi amigo que salía detrás. Me
cogió de mi improvisada bufanda para no dejarme caer. Se disculpó sin mirarme
mientras se abalanzó contra uno de los grupos, aparentemente para decir algo.
Otra vida más que pasaba por mi lado y no comprendía. Lo que si comprendí
fueron los gritos de una persona que entró gritando "La guardia nos ataca,
los policías están atacando".
Maldije entonces el momento en que decidí tomarme
un trago justo antes de que empezara una confrontación.
El caos se hizo mucho más grande ahora se
escuchaban gritos de horror en la calle, los tambores ahora eran fogonazos.
Velozmente entró un a persona vestida de arlequín a la cual no pude
identificarle el sexo. Llevaba un gran paquete en la espalda oculto con una
tela, se acercó al grupo más numeroso que le recibió amistosamente. Del
envoltorio sobresalió lo que pude identificar como el cañón de un arma de
fuego. Marco tiró de mi y salimos de ahí. Un camión con banderas revolucionarias
arrancaba entonces avanzando lentamente entre la multitud. Parecía que el
arlequín había salido de ahí. No lo sabía con seguridad, pero era un palpito de
borracho que si resultaba ser cierto significaría que estaban armando a los
revolucionarios y que las cosas se ponían peligrosas.
Aquella situación me parecía tan surrealista,
desde que había salido de casa todo había acontecido de forma tan extraña que
no pude hacer sino echarme a reír de nuevo de forma desenfrenada. Marcus me dio
una bofetada, ya era la segunda que me daban, el alcohol ese día sólo me había
traído bofetadas. Echamos a correr en dirección opuesta a la plaza. En las
calles, unos minutos habían bastado para llenarlas de la arquitectura popular
más hermosa, las barricadas.
Continuará... quizás...